Lo que a veces pasa con los príncipes azules


Walter tenía 25 y yo unos tres menos. Lo conocí en una fiesta con pileta de un club exclusivo del Tigre. Yo estaba a la sombra, como casi siempre, él era el centro de atención de un grupo de chicos. Pregunté quién era, hablamos tres palabras y a la semana siguiente estaba en mi icq (así de arcaica la historia esta) . Me propuso salir y yo no sabía nada de “citas” porque no era mi palo, más bien encuentritos causales en fiestitas con chicos con los que, como mínimo borrachos, terminaba a los besos y esas cosas. Me pasó a buscar por el trabajo todo perfumado, en un auto increíble y yo pensé “princesa”. Fuimos a la costanera, hablamos y hablamos, a cenar, a la casa de su mamá (sí, sí), histeriqueé, hizo lo mismo; cómo me calentó cuando se sacó la remera arguyendo calor de enero, qué espalda tenía ese chico, la piel más perfecta de mi mundo conocido.

No lo vi más por 3 años, porque ese trabajo suyo, viajando por todo el mundo y yo con mis circunstancias. Como también yo tenía una lista de pendientes, tal como anota una benjamin más abajo, lo llamé primero a él cuando estuve disponible. Vino a cenar, jugamos juegos de palabras hasta cualquier hora y después nos tiramos en la cama y lo que me acuerdo es que me dijo algo de sus fantasías, y yo me emocioné porque me esperaba algo hot, pero dijo más bien “conejita”. No fue el mejor comienzo. Cojimos con ganas, pero estas cosas pasan, y no me pasó casi nada. Me levanté de la cama desnuda, me puse a mirar por la ventana, muy estilo la Gala de Dalí pensé, porque me creía mil. Por fin me garchaba al guacho adinerado que tenía mundo, aunque no me hubiera gustado era huesito duro. Me preguntó “estás bien?” y fue casi tierno, pero seguía no gustándome. Menos me gusto cuando dijo “me voy a dormir a mi casa” Volvió lo mismo varias veces más porque era lo que la noche daba. No logré que se quedara a dormir, ni una vez. Qué manía la suya de irse a la mierda, tendría que rendir cuentas a su mamá en casa, tal vez. Más extraño fue cuando busqué en el baño el forro usado y no lo encontré. Pensé que se lo habría llevado, y me pareció medio freaky, pero cuando tuve que asumir que probablemente lo hubiera tirado en el inodoro entendí todo, entendí por qué quizás coger con él era tan solo algo cercano a lo agradable pero nada parecido al placer que se vuelve un grito. Y no fui a Las leñas cuando me invitó al año siguiente. Hubiera estado bueno el viaje, me caía bien pero no había caso.

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