Subieron al colectivo en Ciudad Universitaria. Los sábados se disputan campeonatos de fútbol y los pibes terminan de jugar y se suben en grupos a los bondis. Suben así nomás, sin cambiarse, con la ropa de fútbol y un poco transpirados. Y exudan el juego, el cansancio, sus veinte años promedio, todos divinos, con sus shores blancos y las medias hasta las rodillas, los botines medio descosidos y mirá loco, se me están rompiendo los botines, todo ahí al lado de la pobre que vaya sentada en los asientos individuales con los anteojos de sol, simulando que mira para otro lado pero mirándoles el culo, qué duda cabe, y pensando en ellos ahí al sol, jugando, y ellos ajenos, aparentemente, a todo, enredados en sus charlas del partido, la bronca, lo cago a trompadas, te digo que si no nos quedáramos afuera del campeonato, porque tampoco da que nos suspendan y quién te llama al celular, cortale a tu novia, gil, pollerudo.
“Tiene novia, qué lástima” pensé justo cuando me di cuenta, esa vez en el 37, de que otro me miraba. Sus compañeros se habían sentado ya, y había lugar, pero él se quedó parado al lado mío, con los shorcitos blancos y la remera de River, aparentemente ajeno a mí pero al lado mío, sin despegarse. Y yo pensaba qué lindos que son los chicos cuando terminan de jugar un partido, cómo se ponen. Qué lindo que hablan estos tucumanos, el pelo algo largo y caído como desordenado a los costados de la cara y yo pensando en ellos en el vestuario bañándose juntos, y el colectivo parecía lleno tan solo de ellos seis. No me gustaría que te bañaras, me gustaría ver cómo te desnudás de a poco, dejando la ropa sucia a un lado mientras yo miro sin que sepas porque estaría ahí en tu casa con cualquier excusa. Parecía imposible.
Y entonces no me di cuenta de que los demás se habían bajado y que él que se quedaba, y no sé bien cómo pero me dijiste hola, disculpame, tengo que ir hasta Corrientes y Rodríguez Peña, ¿sabés dónde me tengo que bajar? y yo te dije ahí me bajo, te aviso y vos algo dijiste no me acuerdo y entonces soy Benjamín. Y me preguntaste si estudiaba en Ciudad Universitaria y te dije no, que había ido a ver a una amiga que se recibía y seguimos hablando cuando bajamos en Rodríguez Peña y yo ya no podía creerlo, estaba tan caliente, y vos tan lindo te corrías un poco el pelo hacia el costado derecho porque tengo que bañarme urgente, me dijiste, y yo quise decirte no te bañes, quiero chuparte el pecho y sentir ese sabor tan raro a transpiración, quiero rebajarme todo lo que decidas y sé que con vos lo haría, solo con vos, te la chupo igual aunque no te hayas bañado, te juro, por favor dejame. Pero cómo te iba a decir eso, no, pero entonces nos dimos cuenta de que nos gustaba el cine a los dos y me hablaste de una película de Jarmusch y te dije algún día me la prestás y ¿ahora podés subir? No sé, quizás te da cosa, como no me conocés, disculpame, mejor te mando un mail. Sí, puedo, tengo una hora, y ¿cómo dije esto? me fui al carajo pero tenía tantas ganas de ver cómo te sacabas esos botines descocidos que me enternecían, chuparte el cuerpo transpirado, dejarte rebajarme y que me guste, y si me dejás hasta te hago masajes en las pantorrillas y los pies y veo cómo de a poquito se te para, o de repente, qué bueno sería de repente.
Algunas cosas se cumplieron y otras no: subí a tu departamento de estudiante del interior, caro y bien arreglado, que compartís con dos más y justo, qué suerte, no estaban, y me dijiste esta es la peli, ¿me bancás que me cambio y te acompaño hasta la puerta? era obvio que me ibas a coger si me dejaba y me dejé, pero antes me acerqué despacio a tu cuarto y te vi sacarte los botines y las medias, el pantaloncito blanco y ahí fue que me viste, me llamaste, entré, te corrí un poco más el pelo a la derecha, te dije mi nombre y apellido, dónde nací y me fui acuclillando, y me dejaste que con la lengua recorriera tu pecho y tuvo ese sabor que yo esperaba; tu cintura y te bajaste de a poco el calzoncillo y me dejaste que te chupara la pija despacito, pero ya estaba tan dura que no pude verla levantarse, no pude tener ese privilegio, estabas tan dulce con tu cansancio físico y vi cómo te despeinabas de placer y me cogiste, con la leve violencia de quien sabe que el que está adelante se entregó sin saber nada, solo a la locura de ese cuerpo que se le sugería pero tendría que haber sido inalcanzable, la violencia de quien sabe que el otro se dejó levantar en un bondi lleno de gente, a las dos de la tarde de un sábado, la violencia que pedía yo. Y bajaste tan dulce, tan ajeno a la tarde de sábado en el centro, bajaste a despedirme. Habré guardado tu teléfono y ¿me daría vergüenza ahora si te viera?