Kosovo

Cuando conocí a Benjamín, me flasheó. Era muy lindo, demasiado lindo, con lo cual inmediatamente pensé que era gay. La idea me tranquilizaba, ya que yo andaba de novia con Walter (otro día cuento de Walter, hoy es el turno de Benjamín). Durante dos meses, o más (no lo recuerdo) Benjamín era público cautivo en unos encuentros culturales en San Telmo. Siempre iba acompañado de su amigo M (que no era gay, aunque a veces los veía tan juntos que me hacía dudar, pero... no era gay). Una noche, viéndome acosada por otro público cautivo que me dijo: me gusta tu piercing, me dan ganas de morderlo (yo tenía un piercing en la ceja, con lo cual el piropo me sonó más a amenaza de ceguera que a otra cosa), respondí: te presento a mi novio, tomando a Benjamín de los hombros y dejándome abrazar por él. El abrazo, que fue largo e intenso, me bastó para confirmar su no gayera; y al otro, que su comentario fue un meo fuera del inodoro.
Al otro no lo volví a ver más; pero a Benjamín sí, con lo cual iniciamos una dinámica de histeriqueo.
Un par de oportunidades estuve a punto de concretar algo con Benjamín, pero... -claro, siempre hay un pero- estaba enamorada de Walter. Los encuentros con Benjamín (junto con su inseparable M) trascendieron el marco cultural; nuestros roces, miradas e histeriqueos, también. Una noche en un pool, Benjamín recibió una llamada. Esa noche me enteré que Benjamín, el pequeño Benjamín, andaba saliendo con una chica (¡¿cómo, no me iba a esperar toda la vida?!).
Pasé casi un año sin saber de Benjamín. Una noche me lo encontré en un bar y le confesé, con unas cervezas de más (nunca antes lo había hecho, lo de la confesión, no lo de las cervezas de más, lo aclaro) que me gustaba, que yo había estado enamorada de él. Por supuesto no me creyó y, a cambio, me respondió: te acompañé hasta la puerta de tu casa y no me hiciste pasar, ¿lo recordás?. Por supuesto que lo recordaba... esa noche me hice la paja pensando en él, y todas las noches que siguieron pensé en él, en el abrazo, en los puntos suspensivos que se dan cuando dos no saben qué mierda hacer. ¡Me hice muchas pajas pensando en él!
Yo no me quedé callada: yo esperaba que vos hicieras algo. Esa noche, intoxicada de alcohol, y viendo un ¿show? de tango-fusión-electro-punk, comprendí que ambos habíamos sentido algo que no logró ser por eso que llaman “timidez”, y que ahora rebautizo como “estupidez”.
Luego de la confesión, no lo vi más. Alguna vez le pregunté a M por él, hasta que finalmente dejé de ver a M.
El año pasado, en un bar del Abasto, me reencontré con M y me fue inevitable preguntar por Benjamín. Quizá en un rato venga, me respondió M. Y llegó. Esa noche, entre fernet y fernet, una amiga nos leyó el tarot. Fue así como nuevamente Benjamín se coló a mi vida. La diferencia es que ahora, el enamorado era él, pero no de mí sino, de su pareja -con la cual vivía y cuyo nombre nunca aprendí por amor propio-. Por mantener el orden de las cosas, nuestros encuentros no pasaron de ser una atracción decorada de comentarios histéricos, risitas histéricas, miradas precisas.
Una noche en que me iba con M a ver a los YYY, lo llamó Benjamín para verse luego del recital. Propuse un bar. El comentario de M fue: Ojo con Benja, está recasado. A lo que atiné en responder: Yo no obligo a nadie a hacer lo que no quiera hacer. M por supuesto no se quedó callado: ¡Ay! ¿Qué pretendés con eso?, y yo tampoco: Nada, sólo creo que él me tiene tantas ganas como yo a él. Lo que tenga que pasar pasará.
El recital estuvo increíble (ahora mientras escribo estoy escuchando Fever to tell), pero como todo, terminó; M y yo nos fuimos al bar a encontrarnos con Benjamín. Todo ocurrió como siempre: las risas, los comentarios, las miradas. M, un poco aburrido dijo: ¿por qué no se besan y se dejan de joder?. En otra oportunidad hubiese estado pendiente de la llegada de Walter al bar, pero esta vez no me importó. Benjamín y yo nos besamos, y nos besamos y nos besamos y todo todo todo desapareció. Cuando nos desprendimos, M se había ido sin decir nada (lo cual suele hacer cuando está colapsado de alcohol).
Sin decir nada, nos levantamos y salimos del bar. Paramos un taxi. ¿Tu casa o Kosovo?, pregunté. Kosovo, respondió. Así llegamos a mi casa; así empezamos a desvestirnos y a coger en la cocina; así me penetró haciéndome gritar y llorar de alegría. Esa mañana amé a Benjamín. Esa mañana le confesé: hace dos años que esperaba esto. Él, no me creyó; como tampoco me creyó cuando le dije que me había gustado desde el primer día que lo vi.
De todos mis encuentros sexuales, ese es uno de los que más recuerdo, y uno de los que más me ponen. Luego de esa mañana no lo volví a ver.
Benjamín era uno de mis puntos en la lista. Explico: cuando corté con Walter, junto con mi amiga L hice una lista de “pendientes”, la cual fui cumpliendo rigurosamente.
Este año, Benjamín era sólo un recuerdo hasta que, la noche del día del amigo, recibí un sms seguido de una llamada y luego otro sms: Benjamín. Debe ser M, pensé. Estaba en lo cierto, era M, pero estaba con Benjamín, al cual no veía hacía casi nueve meses.
Junto con mi amiga C abandonamos el bar, que nos había provisto de rigurosos cubas libres, y enrumbamos hacia la fiesta en la que estaba M con Benjamín. El encuentro tuvo la frialdad necesaria de la sorpresa. Nos quedamos en una terraza. Cervezas van y vienen; me dio ganas de hacer pis. Me indicaron el camino al baño, pero estaba lleno de jipis, así que le pedí a Benjamín que me acompañara por mi seguridad (soy piojo-fóbica). Me acompañó. Cuando llegamos a la puerta del baño, le pregunté: ¿entrás o te quedás? Benjamín entró. Mientras hacía pis charlábamos. Cuando terminé, y me dirigía a lavar las manos, me tomó del cuello y me aprisionó contra la puerta. Nos besamos y nos besamos y nos besamos y todo todo todo desapareció, hasta que alguien tocó la puerta. Nos acomodamos, apagamos la luz y salimos como quien sale del confesionario (no del GH, del de las iglesias). C se fue, M no se fue pero era como que no estaba –el alcohol lo empezaba a colapsar-. Así que Benjamín y yo nos fuimos a Kosovo. Yo, sin entender nada. Él me imagino que tampoco. Esta vez no estuvo tan buena como la primera. No sé si les pasará a todos/as, pero hay un fantasma que corroe las mentes de los infieles. Bueno, a mí ese fantasma me estaba hinchando las pelotas; pero no porque el fantasma fuese mío, sino que era de Benjamín. A la mañana siguiente le dije: nos vemos en diciembre. Sonrió, no entendía. Digo, que tienen que pasar 6 meses, ¿no?. Me dio un beso y cruzó la calle.
No pasaron seis meses, pasaron tres. La dinámica fue la misma: sms, llamado, sms: Benjamín. Encuentro en casa de M. Esta vez, no lo dudamos. Nos fuimos a Kosovo sin mucho preámbulo. Era mi tercer encuentro con Benjamín. La vencida. Desde ese momento nuestros encuentros pasaron a ser de uno o dos por semana, hasta que llegó el mes.
Una vez, hablando con un conocido sobre las parejas, me decía que él consideraba un noviazgo luego de haber salido un mes con la misma persona. Para mí era una locura, ya que para asumir una relación necesito al menos tres meses. Quizá Benjamín piense como mi conocido. Quizá por eso es que luego de ese mes, desapareció. Quizá arregló con su chica. Quizá le molestó verme con Walter el día de mi cumpleaños. O quizá, como yo, haya sentido fuego. No lo sé.

4 comentarios:

German R. dijo...

Qué historia...!! no dejo de leer este blog que es interesantísimo.

Las Benjamin dijo...

ger... vos sos interesantísimo, ¿querés ser mi benjamín?

alejo sarano dijo...

muy bien 10, por esta blog.

Las Benjamin dijo...

¡Gracias, gracias! Es nuestro deseo ser 10 en todo.