Mirada rayos x

Walter siempre hace lo mismo. Me toca la cintura de esa forma, me acaricia despacio y mientras me roza la cintura su mano sube, cada vez sube un poco más pero no tanto.
No tanto como yo quisiera que suba. O como sus ojos me dicen que él quiere que suba.
Porque los dos sabemos que hay pasos que no se pueden dar.
En realidad, yo sí puedo, él es que no puede.

Y el viernes pasado otra vez lo mismo de siempre:

las mismas miradas, la misma forma de tomar el vaso de vino, la misma voz que en el medio de la conversación suelta un "mi novia" mientras mi corazón se va rompiendo despacio, de a pedacitos, y yo me imagino a la novia de Walter jugando con esos pedazos de corazón roto.

Pero esa noche Walter no me miraba con los ojos sino con el cuerpo, como la cucaracha de Clarice.
Entreví el deseo en su rostro, lo sentí en la rigidez de sus manos, en la forma en que se flexionaban sus rodillas mientras caminaba y me acompañaba a la parada.
Incluso lo sentí en el beso que me dio en el aire, no en el cachete, como si tuviese miedo de que al besarme ahí yo le corriera la cara, o él no pudiera aguantar el correrme la cara.

Te pido un favor, Walter, si llegas a leer esto:

No me desvistas más con la mirada,
me hace daño saber que entre nosotros
nunca va a poder pasar nada.
Para las radiografías de rayos X,
lo tenemos a Ezequiel Martínez Estrada.

Principio de incertidumbre

Ahora que ya saliste en bicicleta con rumbo desconocido, empieza a funcionar el principio de incertidumbre que hace rato no venía, ahora, entonces, me acuesto abrazada al celular, me tapo, me destapo, revuelta, apago la luz, me apago. Un cigarrillo en la oscuridad.
Ahora vuelvo al domingo dos de la tarde, cuando te espiaba dormir sobre esta misma cama, todo morocho como una isla de tierra en el mar de estas sábanas patito; volver a mirarte, casi con devoción, un cuerpo que me interpela, tan largo y tan firme, la respiración pausada en la penumbra forzada después de una noche larga. Calma.
Esta sensación repetida: te vas con rumbo desconocido y lo extraño es que acabo de echarte. Vuelvo al humo de la incertidumbre entonces, que siempre tiene un lugar para mi. Cuando te despertaste, el domingo, hablamos de la diferencia entre decisión y destino. Vos abogabas por un devenir incierto y pautado. Yo porque sólo la propia elección tiene injerencia en la fortuna personal. Discutimos a los besos, fumando y escuchando algo que habías puesto y que sonaba bien. Yo decía que creer en un destino, como si fuéramos griegos gobernados por un oráculo que una vez que se pronuncia ya no retorna, nos ahorraba el momento de hacernos cargo de los senderos que transitamos. Vos me retrucabas con ejemplos de inminencia: un accidente, un viaje, el paro del agro. Por supuesto no llegamos a ningún lado más que de vuelta a mi cuarto.

Ahora me levanto y tomo agua, recordar lo que hablamos me provoca una dulce angustia, hay un regodeo perverso en buscar en mi archivo los momentos de conexión máxima. Como cuando nos conocimos, y trato de pensar en el recuerdo más lejano que tengo y no lo hallo, y el primero que aparece es una conversación vos desde la cocina, yo en la linea de los mozos, creo que hablamos sobre música, una mirada rara, no me gustó tu corte de pelo, adoré tu sonrisa.
Decidimos todo este tiempo, decidí subirme al manubrio de tu bicicleta mil veces sin pensar en nada, te daba besos en contramano por Pueyrredón, tranquila y en otra. Pero el destino mete la cola, una ex novia que vuelve – y tu decisión se va con ella – un tiempo en blanco – y mi decisión de no romperlo – ; de nuevo la decisión de cruzarnos y el destino que te lleva de viaje, incómodo y a destiempo.
Somos dos hermosos perdedores: decidimos mal y el destino nos arrolla. Y casi no hay nada que podamos hacer más que vernos, de lejos, vos en tu bici y yo en la mía, ahogados para siempre en este principio de incertidumbre, de lo que vendrá, de lo mucho que estamos equivocándonos todo el tiempo, arrojados a la nebulosa de que la única certeza sea la de no saber qué estamos haciendo.
Tal vez la decisión correcta no llegará jamás y el destino nos encuentre incómodos. O tal vez la vida sea esto: una bola plateada, un humo sobre la ciudad, una noche entre mis sábanas patito, una recorrida de lengua a lo largo de tu cuerpo, un cuello mojado por lágrimas sin explicaciones ni verdades, o la clara sensación de que no va a abandonarnos nunca el principio punzante de la eterna incertidumbre.

Surprise

El otro día, mientras miraba la tele, me puse a pensar en los grandes gestos:

¿Qué es lo que hacen los hombres para reconquistar a las mujeres?

¿Les inundan la casa de flores, bombones o peluches? ¿Les compran lencería erótica? ¿Les proponen una escapada romántica a una estancia? ¿Les escriben una carta, un poema? ¿Les inventan canciones, les cantan una serenata o, si no tienen oído, les graban un cd con canciones de otro? ¿Se visten de policía o de bombero y le caen a su casa con un mini grabador, un cd de The Full Monty y les hacen un striptease? ¿Les prometen sexo desenfrenado en un ascensor? ¿Les compran juguetitos eléctricos o a pilas?
¿Saben lo que hizo Walter?
...
..
..
..
¡Se agrandó el pene!
Si, creanlo o no, le hizo caso a esos miles de mails spam que dan vuelta por la red y decidió agrandar su verga. Habrá que pobrar.

Después les cuento.

Walter, tomá nota

Dos chicas, una rubia y otra moracha teñida hablando en la calle.
Una de las Benjamin las escucha y toma nota:

Rubia: - A mí me gustan más los saborizados
Moracha teñida: - Si, bueno, a mí también
Rubia: Es medio obvio, ¿no?
Moracha teñida: Y sí, la mayoría va a preferir eso.....
Rubia: Igual, ¿viste qué cambia la técnica?
Moracha teñida: ¿Cómo?
Rubia: Claro, es como que tenés que apretar distinto
Moracha teñida: Ah, ¿si?

La conversación sigue, pero se torna aburrida.
Estaban hablando de panes.

Lo que es tener la mente pervertida!!!