Anatómicamente Ken

Alto, ojos azules, bronceado perfecto, bailaba. Mientras movía las caderas se levantaba un poco la remera dejándome espiar sus abdominales también perfectos.
En un mar de locas éramos la mejor opción, casi la única. Me miraba, trataba de seducirme sin saber que un jueves a las dos de la mañana eso era algo completamente innecesario.
Fue una noche de dos primeras veces: primera vez que me meto con un tipo en un baño público (de donde nos echaron: acá sólo cogen gays); primera vez que me iba de un boliche con alguien.
Nos fuimos calentando las pocas cuadras que nos separaban de su cama. Llegamos al ascensor con la mitad de la ropa en la mano. No podía creer el cuerpo de ese hombre. Sencillamente perfecto. Me calentaba mucho la idea de que un tipo tan lindo estuviera conmigo, casi más que lo que el tipo lindo efectivamente hacía. Sin poder esperar lo tiré al sillón.
Terminamos de desnudarnos a un ritmo desesperado; yo estaba mojada. Lo tocaba, le hacía la paja. Esperaba una señal. Buscaba algo increíble.
Esperaba.
Le hacía la paja y esperaba.
La quería grande, la quería dura; esperaba. Más paja, más espera. Nada.
Sin aviso previo, un gemido contenido, un espasmo y mi mano se sintió pegajosa. Su sonrisa impecable, repugnante, y su mini pija, todo blanco.

Ken quiso ser educado, me acompañó hasta la parada. No pude evitar que me abrazara y me contara de su novia (una Barbie, una té con leche, sin dudas). Más allá de la lástima que me inspiraban él, su chica y el hambre que tendría ella, lo que decía se pisaba con una única idea recurrente, un autorreproche y la indignación más absoluta; cómo pude olvidar aquella navidad cuando papá noel me trajo un Ken y descubrí que los muñecos siempre te decepcionan cuando les bajás los pantalones.

Para las fiestas!


Y bue.. ¿Qué mejor ocasión para ventilarla?
Un poco de descontrol no le viene mal a nadie.. hay que aprovechar la ola de calor!!

Todo junto


Estos días me llegan mil invitaciones para ir de un lado al otro. Presentaciones, cumpleaños, fiestas de fin de año, gente que no veo hace mucho. Es como si de repente todo el mundo se hubiera metido un torpedo en el culo y quisiera hacer todo ya, ya, ya!! Lo que me molesta, en el fondo, es que coincidan en un mismo día dos fiestas a las que tengo muchas ganas de ir. En una va a estar Walter y en otra Benjamin. No sé que hacer...

Princesa y vagabunda




profundidad.
(Del lat. profundĭtas, -ātis).
1. f. Cualidad de profundo.
2. f. Lugar o parte honda de algo.
3. f. Dimensión de los cuerpos perpendicular a una superficie dada.
4. f. Hondura o penetración del pensamiento o de las ideas.



Salís de gira con amigos, llegás a un bar y lo ves. Ese chico, al que le preguntás su nombre y que te responde secamente Benjamín, al cual le dirás Benja por el resto de la noche y los días que seguirán viéndose, te gusta. De él no sabés nada. Nunca antes lo has visto. Te gusta el misterio que hay en sus ojos, te gusta cómo se mueve. La gira continúa. Están en otro bar, se sumó y se restó gente. Están bailando. Un remember ´80 con Iggy Pop, y vos bailás con él. Te vas a la barra y ahí está nuevamente. Estás abrazada de otro, y él te dice que no te atrevés a darle un beso. Estás borracha, nada te importa y abrazada del otro besás a Benja.

Los echan del boliche, son las seis de la mañana. El otro te propone ir a su casa. Querés continuar la gira, pero con Benja. Ahora estás en un taxi yendo junto con Benja a la casa de una mina que no conocés. Tiene un cactus gigante, te intimida esa planta dentro del living. Ella cuenta que la tiene desde que llegó a la ciudad, hace doce años. Escuchan música, hablan de pintores, siguen bebiendo. Benja y vos se besan, la mina busca discos. Benja y vos se tocan, las manos se pierden en los agujeros. La mina les dice que tiene otra habitación si quieren pasar. Ella los invita a subir al estudio, les muestra unos trabajos. Te sentís rara, el alcohol va bajando, son apenas las ocho de la mañana. No entendés si Benja quiere estar con la mina o con vos, o con las dos. Benja se tira en la cama de la mina. Vos te acercás y le decís que te vas. Vos sólo querés estar con Benja. Él se levanta y salen juntos del departamento de la mina.

Ahora están en la calle. Paran un taxi y van a tu casa. Te gusta. Su cuerpo es perfecto. No dejás de mirarlo. Te toca, estás mojada. Su pene te calza como el zapato a la cenicienta. Mi príncipe, pensás. Acaban sudados. No hubo sexo oral. Te encanta el sexo oral. No hubo. A las tres de la tarde se va.

No dejás de pensar en él. A los dos días lo tenés en el msn. El otro le pasó tu mail. Empiezan los encuentros subtes. Nadie sabe de ustedes, ni ustedes mismos.

Ahora están en su casa. Querés que te chupe la concha, pero él sube y te pone el pito en la boca. Tiene un pito irresistible, te gusta. Se lo chupás. Chupámelo todo, todo, todo. Pero todo no entra, y Benja no lo entiende. No es Walter, definitivamente no es standard. Tratás de meterlo todo. Sentís una arcada. Todo no entra, y lo lamés por fuera, jugás con su pito. Le gusta, pero quiere que lo chupés todo. Intentás nuevamente, pero todo no entra. Pará, le decís, y te acaba en la boca.

No le dije que no

Lo dejé que creyera lo que quisiera. Que se mostrara caballero, que me cuidara el triple.

Lo dejé que a cada rato me preguntara ¿Estás bien?, que se preocupara constantemente por darme placer a mí, que no objetara cuando le dije que no le quería hacer sexo oral por las dudas.

Claro-, me dijo – Es mejor que no te agaches, ¿no?. Y yo asentía callada, mientras el me la seguía chupando, maniobraba así su lengua y yo vibraba al compás de esos movimientos, y miraba mis tetas como embelesado y me decía Están más grandes, ¿no? Y como me gustaría chupártelas con leche..

Y cuando le dije que era mejor que yo estuviera arriba por las dudas, porque con el peso nunca se sabe asintió callado y me manipuló como si fuese una caja de mudanza, de esas que llevan el cartel de frágil en todos lados.

Y había algo en él, en el brillo de sus ojos...yo creo que el pensar que yo estaba embarazada lo excitaba más: el saber que no era suyo le provocaba fantasías porque era un poco prohibido lo que estábamos haciendo y eso lo volvía loco.

Y después me acariciaba la panza, me besaba la panza, nunca pensé llegar a tener un orgasmo mientras alguien me besaba la panza...

Y después se fue pero volvió con chocolates en la mano: Por los antojos, me dijo.

El otro feroz

4 hrs.
Insomnio. Cuando por fin pude dormir, aparecieron ellos: los come-hombres. Resulta que estaba con Las Benjamin de viaje. Era un bosque. De pronto, la gente empezaba a huir porque habían aparecido los secuestradores-come-hombres. Teníamos que escondernos. Acá no había heroísmo, no había el yo-me-enfrento-con-todo ni el nadie-me-vencerá. El miedo estaba presente. Los secuestradores tenían pinta de jipis mala onda. Estaban muy cerca nuestro. El miedo crecía cuando íbamos descubriendo las desapariciones de parte del grupo. Se los habían llevado. Se los habían comido. Con una Benjamín empezamos a correr, escondiéndonos de los come-hombres. Ahí me desperté, cagada de miedo. Salí al living a verificar las cerraduras de la puerta. Encendí mi velador como cuando era niña. Ahora ya no era el insominio, sino el miedo de volverlos a ver.

6 hrs.
Pienso si esos come-hombres tienen alguna relación con Walter. Hace una semana hice un corte definitivo y necesario.

6:20 hrs.
Pues bien, ellos regresaron; esta vez, pude comprobar que no era un ataque de misoginia, no era que se comían sólo a las mujeres, devoraban carne humana sin esperar a matar. Carne fresca. Esta vez, estaban más sacados que antes. Ahora los caminos eran más complicados, debíamos trepar cerros, cruzar descampados. Estaba en una cabaña, esperando a alguien cuando los veo acercarse. Salgo corriendo por la puerta trasera. Escucho un auto que arranca y aparece ella. Aparece mi abuela materna, en su auto. Le digo que me lleve. Llevame con vos, le digo. Mi abuela abre la puerta y despierto.

7 hrs.
Me hago un café. No pienso dormir nuevamente.
¿Qué onda este sueño mala onda?

23 hrs.
Con un compañero de trabajo, estábamos tan al pedo que empezamos a armar el pesebre navideño; léase: armamos una lista de los empleados y sus roles para nuestro patético pesebre.
Tiene que ser muy freak, me dice A. Como el pesebre es un poco acotado, se sumaron personajes de otros cuentos.
A, mi compañero de trabajo, decidió que yo sería Caperucita Roja. Obviamente le pregunté qué coños tiene que hacer Caperucita en Navidad. Me respondió trae la canasta navideña. Era una buena respuesta.

El domingo estuve en el Festival Buen día en los bosques de Palermo con un vestido rojo.
Y lo ví. Estaba Walter. Sentí miedo. Tomé mi bolso y me fui sin mirar para atrás. Me fui del bosque.

Acabo de regresar de la psicoanalista. Le conté mi sueño, le conté del pesebre, le conté mi domingo. Ella me dijo: el otro feroz. ¿Quién es el lobo?, pregunté.
No le di tiempo de unir las historias. Inmediatamente me vi con el vestido rojo saliendo del bosque, recordé a la abuela, el lobo...


LOVE MACHINE

Fragmentos de un discurso espantoso

Walter dice:
Te imponés

Walter dice:
¿Por qué no dejás que las cosas sucedan o te diga las cosas cuando las quiero decir?

Walter dice:
Me presionás con esas cosas a hacerlo...

Walter dice:
...y no me gusta

Walter dice:
Y no es que no las diga porque no las siento

Walter dice:
Sólo que no me gusta que me las saquen

Walter dice:
Quiero que salgan solas

El mudador de almagro.

Me lo recomendó una amiga y después de un par de mensajes de texto arreglamos la cita. A las 7 am lo tenía tocando timbre en la puerta del departamento que, entre cervezas, porro y lágrimas, mi hermana y yo habíamos desmantelado la noche anterior. Me impresionó. No por lindo sino por extraño: un cuerpo moldeado a fuerza de levantar roperos, brazos trabajados, espalda enorme, 1.65, no más. Y su pelo. Rulos kilométricos al viento, desparramados a su antojo, casi suspendidos por el aire de la mañana. “Soy Gerardo”, me dijo e inmediatamente se puso en acción con un vigor inusitado para esa hora de la madrugada. Mi hermana sale del cuarto, lo mira y mientras se lava los dientes lanza la primera broma del día: “Sansón”, me tira, y el apodo le queda tan perfecto que tengo que disimular la risa al salir del baño. Lo recuerdo con una energía como jamás he vuelto a ver. Trajinaba con las cajas mal embaladas, pegadas de cualquier manera, levantaba con monstruosidad animal nuestras sillas desparejas, nuestros pequeños tesoros: un espejo que heredamos de la tía abuela, un modular que encontramos por la calle.
En el camión manda a los peones para atrás y me ofrece un lugar a su lado. Hombre rudo, sí, pero caballero. Hombre de pocas palabras, me pareció. Avanzamos por Rivadavia hasta el Congreso casi sin hablar. Cuidadoso del traqueteo, como si llevara antigüedades valiosísimas, va lento. La mirada fija en el camino. Comienzo una conversación trivial para llevarla para el lado que deseo: saber sobre él. Pasa los cambios con una precisión machísima, de camionero. Empieza a hablar, y entonces no para hasta que llegamos a destino. Me cuenta que tiene 40 años (aparenta mínimo 12 años menos), una hija de 15. Sigue contando: en la mudanza encontró una forma de sublimar su espíritu inquieto. Antes fue una plantación de algarrobas en algún lugar de Uruguay, en una cooperativa, donde todos trabajan lo mismo y obtienen lo mismo, una comunidad jipi donde imagino tuvo amores afiebrados. Habla y habla y yo no puedo dejar de observarlo; se emociona: habla de la justicia social, de sus ideales de igualdad, habla un poco del país, del trabajo con los peones, de cómo reparte el valor de cada mudanza en partes iguales. Me cuenta de su obsesión de coleccionista: tiene en su casa un galpón lleno de pequeños tesoros que ha ido recolectando de cada casa que ha trasladado. Sillas antiguas, restos de espejos, retazos de telas, partes de maniquíes. Stop. ¿Partes de maniquíes? Encuentro la punta para intervenir. Mi sueño es tener un par de piernas de maniquí en mi cuarto. Se lo comento, y me promete estar alerta. Cuando retoma para llegar justo frente al pasaje, el viento le revuelve los rulos que salen desde la ventanilla.
La descarga es tan vigorosa y veloz como la carga. Sonríe y canta, se ríe con los peones, con carcajadas enormes. Le convido un mate. Lo acepta. Lo toma campechano, apoyando una mano sobre la mesada de la cocina. El brazo en tensión marca un musculoso camino que me adentra en las mangas recortadas de su camisa hasta un pecho que adivino de pectorales velludos, de abrazo poderoso.
Veo cómo los peones bajan del camión nuestras últimas cosas resagadas, las que subimos de cualquier manera por falta de cajas: mi colección de revistas literarias en bolsas, las frazadas tejidas que nos mandó mamá para el invierno, dos caloventores inútiles. Corona su tarea pasando la escoba por el camino de hormiga. Le pago y me despide con una mirada profunda.
Dos días después recibo este mensaje: “Hola, no me olvido: estoy buscando tus piernas”. Por supuesto, le respondí.

Primeros romances


¿Quién no recuerda el primer amiguito con el que jugó al médico? ¿o con el que llegaron al acuerdo"yo te muestro mi chochi si vos me mostrás tu pitulín"?

El deseo en la mano

¿Puede el deseo aparecer en la mano? ¿En el simple roce de los dedos, de las palmas? Imaginar que un hombre con manos ásperas es un hombre que va a ser bueno en la cama. Todas conocemos el mito de que un hombre con dedos grandes es un hombre dotado, entonces si su mano es enorme, si sobrepasa la tuya de forma grotesca, ¿eso significa que el placer que te va a dar es mayor?.
Pero ¿Qué hacer cuando en esa mano hay un anillo, pequeño, minúsculo, pero anillo al fin?. Ese anillo que en vez de poner fin a nuestras fantasías las incrementa aún más porque todas sabemos que lo prohibido nos excita: es como estar en un lugar público donde sabés que todos te pueden ver. Y entonces mientras esa mano te toca el roce ese del metal nos apaga de golpe pero el movimiento de los dedos nos vuelve a encender, nos moja.
A mí me gustan los hombres con las uñas bien cortadas. Bien prolijos en sus manos.

Sentir su mano caliente sobre la tuya, en tu palma, el roce de los nudillos, las yemas de los dedos que se deslizan... Y así, sentir ese cosquilleo, ese escalofrío, ese te llevaría a mi cuarto.

El amor es fascista o una canción

Hoy, mientras le leía a Alexia un cuento sobre una princesa con ojos de semáforo, me prengunté cuánto tiempo pasa hasta que relación decanta, sola, hasta el final. Pensé en mis papás, terminando desde el primer día y teniendo, sin embargo, hijos con una desprolijidad amorosa. Pensé en los papás de Alexia también, que se conocieron y se fueron a vivir juntos y tuvieron una beba preciosa que apareció en casa a los seis meses después de un accidente. Pensé en mis abuelos, casados desde hace cincuenta años, haciendo las palabras cruzadas a la hora de la siesta. Pensé ¿qué es el amor? El amor con atracción, sin atracción, como entre amigos, como fatalidad...
Hace poco, en el patio, un amigo me dijo “no hay nada más triste que darse cuenta de la muerte del amor”. Entonces y aunque todavía no entendía muy bien qué era el amor, sentí esa tristeza, la de la muerte del amor. Él también entendió cuando le conté que para mí, el amor no se moría en realidad y me explicó que esa prolongación del amor era el cariño que quedaba después entre las personas que se habían querido mucho. Se me pusieron los ojos como a la princesa del cuento, verdes-enormes y brillantes pero no me animé a llorar. Igual, pensé -en silencio-, cuánta más tristeza me daba entonces el cariño que la muerte del amor.
Cuando llegué a casa busqué, entre mis libros de poesía, algún poema que hablara del amor. No me acordaba de haber leído ninguno que me hubiera gustado mucho. Me di cuenta de que no había leído muchos poemas de amor. De casualidad encontré ese poema de Marina, uno de los últimos de su librito blanco que se llama Crows. Lo que más me llamó la atención es que recordaba haberlo leído con una amiga hacia mucho tiempo y que me había gustado especialmente porque hablaba de los Counting Crows, una banda que esa amiga y yo, en nuestra adolescencia, habíamos escuchado sabiendo, como Marina en el poema, que era una banda que la gente olvidaría en serio. También me di cuenta de que apenas había prestado atención a que tenía una dedicatoria -dos iniciales- y que era un poema de amor, que hablaba del amor y que, además, hablaba de un amor en particular.
Durante los días que siguieron le leí el poema a varias personas. Había encontrado una respuesta posible al problema del amor. Cierta levedad, en el poema, me tranquilizaba. Un sentimiento adolescente lo llamé, por una semana más o menos. Crows era mi hit del mes. Estaba encantada con ciertas imágenes que me hacían acordar al oso haciendo pis en la nieve del poema de Roberta Ianamico.
El fin de semana, en el campo, durante una conversación telefónica, alguien me dijo “no quiero sonar fascista” y yo me acordé: supo que años más tarde, en una salida de chicas bien vestidas alguien diría “la vida es fascista”... Eso era lo que decía en Crows. Y aunque al principio no supe muy bien por qué, tuve un minuto de máxima tristeza. Ganas de llorar, aunque no hubiera nadie para ahí mirarme. El amor es fascista, pensé y corté el teléfono paralizada por esa revelación.
La princesa del cuento estaba atrapada en un castillo de arena, con cuatro torres y un puente levadizo de cartón. Gritaba ¡Socorro, socorro! ¡Saquéenme de aquí! Era presa de un rey muy malo que quería obligarla a que se casara con él. La princesa lloraba encerrada en una torre con los ojos de semáforo llenos de lágrimas. Uno nunca sabe donde quedan los castillos de los cuentos, tampoco en qué tiempo pero el amor, el amor es fascista, me repetí.
Una gota cayó justo en el botón del cuello de mi blusa. El amor es fascista, anoté en un cuaderno medio minuto después y dibujé dos guardias corpulentos, uno a cada lado de mi frase para que no dejaran que se escape- aunque yo la tuviera todo el tiempo en la punta de la lengua.
Esa noche sentí que podía dedicarme el resto de la vida a inventar soluciones para salvar al amor. O escribir un poema, yo también que empezara preguntando, por ejemplo ¿qué quiere decir en un poema una posible derivación sexual?, y ser capaz de contestar: el amor no es fascista, es apenas un castillo, de arena en la playa con una princesa en una torre y un montón de caballeros con escarbadientes pinchudos y un dragón que larga fuego por la nariz que no la quieren dejar ir.

Al final escribí:

El amor es un castillo, de arena en la playa con una princesa en una torre.
Un montón de caballeros con escarbadientes pinchudos y un dragón que larga fuego por la nariz no la quieren dejar ir.
El amor es fascista.

ho ho ho




Líneas blancas
ojos rojos
hardy xtmas
Walter era un reno
que tenía gran nariz
roja como un tomate
y blanca de tanta vaina
mandíbula contraída
el vaso de whisky
el shopping
ho ho ho
papá noel y la foto
la fila de niños con sus cartas
tengo un regalito para vos
me siento en sus piernas
vení, tocá, mirá el muñequito
flash
foto movida
le digo a mamá que no quiero más regalos
no todos los gordos son buenos.

mitos argentinos 4

Walter cree que es el tipo más simpático del mundo.

"¿Venís siempre a bailar a este boliche?"

Maradona

Alguna vez de chica había dicho que el décimo hombre con el que estuviera sería el amor de mi vida (sí, de chica ya estaba convencida de que uno, era ninguno; nada de llegar virgen al matrimonio, y tampoco soñaba con el vestido blanco). Así, me cuidé de "no estar con cualquiera" (madre dixit).
Durante el primer tiempo de estar con Walter, del cual creía sería el último hombre de mi vida, fui fiel (me pasa, o me pasaba, que cuando estoy enamorada de alguien soy fiel, más a mis sentimientos que a la persona). Luego de una serie de intentos fallidos de "compromiso", empecé a relajar, y en el relajo aparecieron nuevos personajes en la saga.
Al principio recordaba la aparición de los personajes en escena, hasta que la obra se volvió confusa. La superposición de personajes hizo que fuese perdiendo mi cálculo. Lo cierto es que Walter seguía en el protagónico, desconociendo a los secundarios y extras.
Mis temporadas con Walter, así como nuestros distanciamientos, podían durar uno, dos y en caso extremo tres meses consecutivos.
En este tipo de relaciones, creo que se vuelve inevitable la pregunta: ¿estuviste con alguien?. Yo lo negaba, y Walter también.
Una noche, en uno de nuestros fallidos intentos, abrazados en la cama le pregunté: ¿estuviste con alguien? Su respuesta fue no, y seguidamente me preguntó ¿vos?. Tampoco, le respondí (mientras por mi cabeza iban desfilando los personajes de reparto). Y ahí Walter preguntó lo que no me esperaba ¿con cuántos flacos has estado en tu vida?. Me sonreí. No iba a entrar en detalles, hice una cuenta rápida y le respondí sos el 15.
A la mañana siguiente, en casa, pensaba: si es el 15, no es el amor de mi vida... ¡¿quién coño es el amor de mi vida?!.
Empecé con la cuenta: B1, B2, B3, B4, B5, B6, B7, B8, B9, y... ¡Walter!.
Efectivamente, era el 10.
¿Y los otros cinco? Habían otros cinco -o más-, ahora no recuerdo a todos.
Esa misma mañana le envié un mail a Walter.

Sent: Thu 6/09
To: Walter
Subject: URGENTE!!!

luego de cálculos, conclusiones y demás me di cuenta de quién sos vos...
el Diego
nº 10


En ese momento, claro, no pensé si se lo tomaría bien o mal. La respuesta fue inmediata.

Re: URGENTE!!!‏
From:Walter
Sent:Thu 6/09

10 en puntualidad
10 es incoherencia
ese soy yo

Podía respirar tranquila. Walter nunca lo sabría.

hardy Xtmas

Querido papá:
No él,
dejo de proyectar
y empiezo a buscar flacos lánguidos
promesa incumplida
ausencia de deudas
busqué un padre en todos mis hombres
dos puntos y la huída
dice que exijo demasiado
tres puntos y el suspenso
sólo pedí un poquito de amor.

masoch

a benjamín le encanta que lo maltrate, lo calienta. pero no se banca el maltrato físico, no, lo excita el maltrato verbal o, mejor, mi indiferencia: le gusta que le duela; me dice: te imagino rodeada de otros que te pretenden y me despreciás; y me dice también: sos una princesa o una burguesa hija de puta y no me mirás. le dije: a veces me das asco, una mezcla de asco y pena, una mezcla de asco que me encanta, porque me hace sentir una reina despreciadora; y me contestó: sos mi jefa.

mitos argentinos 3

Walter cumple con su palabra:
"Te llamo".

Uno de Naty Menstrual

"No sé qué hacer
con los ejércitos de pijas voladoras
que me acorralan contra las paredes húmedas
de esta ciudad de horror."

Las Benjamin podríamos darte un consejo Naty

Con el ojo del choto


El otro día un amigo me contó que vio una porno del año del jopo, con un tipo que no me acuerdo como se llama pero que era conocido por tener "tamaño socotroco". Me contó que había una parte que estaba filamada como con subjetiva. Es decir, como si la cámara fuera la pija. Entonces la penetración se lograba con un efecto zoom. Quiero verla!!

El tamaño es importante




Walter cree que soy una pelotuda que no sabe diferenciar la proporción del color.

-¿Verde? (cara de desconcierto)

-Sí... verde. (cara de acá no pasa nada nena, quedate tranquila que ya vas a conocer lo que está bueno, mientras lucha por abrir la envoltura del preservativo)

-Yo siempre uso los grises. (cara de me engaño con esos pantalones, ¡¿por qué mierda no hice un touch antes?!) ¿Querés que lo abra yo?

-Es lo mismo. No, dejá que yo puedo... No, dale... mejor ponémelo vos que me gusta (cara de tengo superado mi tamaño)

-Ah, pensé que... (cara de resignación, no es lo mismo 52 mm que 49 mm, este nabo debe de coger sólo con su mano que no puede abrir la envoltura, puffffffff... lo que la noche da... da)


mitos argentinos 2

Walter sabe cuando la mina acaba.
"Yo nunca estaría con una actriz, porque no sabés si te está mintiendo"

mitos argentinos 1


- Benjamin sabe retirarse a tiempo:
"Uy, no, me olvidé de comprar... pero te prometo que no te acabo adentro"

Non Fiction

Ayer estuve con Benjamín. En realidad tendría que explicar una falsa cita hecha por M, pero creo que eso es lo de menos. M se fue, como siempre, y Benja y yo nos vinimos a casa destilando fernet. Nos aburrimos de ver videos por youtube y empezó la guerra. Huyendo del living hacia la cama.
Con pocos me ha pasado de sentir que se me sale el corazón; no me refiero a un orgasmo sino, a la sensación de que el amor se te sale de la boca del estómago y que el pecho está apunto de explotar. Estaba arriba mío, apretándome como me gusta, moviéndose en círculos y sacándola lennnnntamente hasta que... pum! adennnnnntro (¡qué ganas de estar con Benja ahora!).
Él me miraba fijo a los ojos, igual que yo a él, y... lo dije.
Dije: te amo. Lo dije.
El silencio se opaco con nuestros gemidos que empezaron a superponerse unos sobre otros, hasta que la tierra nos cubrió.
Qué bueno es morir.
Hoy cuando desperté, por supuesto, lo primero que vi fue a Benjamin. Despertaba. Empezó a vestirse, tenía que irse a trabajar. No quiso bañarse ni tomar un café. Cuando fue al baño, empecé a recordar la noche anterior. ¡Lo había dicho! ¡Le había dicho que lo amaba! Pero yo no amo a Benjamin, estoy enamorada de otro.
Benjamín volvió del baño, me sonrió. Le sonreí. ¿Qué pasa?, me preguntó. Nada... ¿puede ser que ayer te haya dicho que te amo? -le pregunté, y antes de que respondiera, continué- bueno, en realidad... no te amo, estaba confundida, y empecé a reír.

Lo que a veces pasa con los príncipes azules


Walter tenía 25 y yo unos tres menos. Lo conocí en una fiesta con pileta de un club exclusivo del Tigre. Yo estaba a la sombra, como casi siempre, él era el centro de atención de un grupo de chicos. Pregunté quién era, hablamos tres palabras y a la semana siguiente estaba en mi icq (así de arcaica la historia esta) . Me propuso salir y yo no sabía nada de “citas” porque no era mi palo, más bien encuentritos causales en fiestitas con chicos con los que, como mínimo borrachos, terminaba a los besos y esas cosas. Me pasó a buscar por el trabajo todo perfumado, en un auto increíble y yo pensé “princesa”. Fuimos a la costanera, hablamos y hablamos, a cenar, a la casa de su mamá (sí, sí), histeriqueé, hizo lo mismo; cómo me calentó cuando se sacó la remera arguyendo calor de enero, qué espalda tenía ese chico, la piel más perfecta de mi mundo conocido.

No lo vi más por 3 años, porque ese trabajo suyo, viajando por todo el mundo y yo con mis circunstancias. Como también yo tenía una lista de pendientes, tal como anota una benjamin más abajo, lo llamé primero a él cuando estuve disponible. Vino a cenar, jugamos juegos de palabras hasta cualquier hora y después nos tiramos en la cama y lo que me acuerdo es que me dijo algo de sus fantasías, y yo me emocioné porque me esperaba algo hot, pero dijo más bien “conejita”. No fue el mejor comienzo. Cojimos con ganas, pero estas cosas pasan, y no me pasó casi nada. Me levanté de la cama desnuda, me puse a mirar por la ventana, muy estilo la Gala de Dalí pensé, porque me creía mil. Por fin me garchaba al guacho adinerado que tenía mundo, aunque no me hubiera gustado era huesito duro. Me preguntó “estás bien?” y fue casi tierno, pero seguía no gustándome. Menos me gusto cuando dijo “me voy a dormir a mi casa” Volvió lo mismo varias veces más porque era lo que la noche daba. No logré que se quedara a dormir, ni una vez. Qué manía la suya de irse a la mierda, tendría que rendir cuentas a su mamá en casa, tal vez. Más extraño fue cuando busqué en el baño el forro usado y no lo encontré. Pensé que se lo habría llevado, y me pareció medio freaky, pero cuando tuve que asumir que probablemente lo hubiera tirado en el inodoro entendí todo, entendí por qué quizás coger con él era tan solo algo cercano a lo agradable pero nada parecido al placer que se vuelve un grito. Y no fui a Las leñas cuando me invitó al año siguiente. Hubiera estado bueno el viaje, me caía bien pero no había caso.

tortura

... hora?... uff! no se termina más...

uaaaahhhhhh [bostezo]

uh
se escuchó!
fue. que se de cuenta y termine...

no amor, no bostecé
hacelo de nuevo, me re calienta
ay así! así! benjamíiiin!

todavía no?!!... qué inútil ...

Cualquier cosa puede pasar


No había una bomba en el colegio, ni pronto todo iba a estallar, pero igual garchamos en el aula. En ese entonces no sabía que él se iba a ir a vivir a España, donde se casó con una adicta a la heroína, tuvo un hijo y engordó hasta parecerse a un muñeco michelin. Nada de eso se me cruzaba por la cabeza. Benjamin tenía veinticuatro años y yo arañaba los diecisiete como un gatito en celo. Era hermoso, tenía piel oscura y uno de esos cuerpos fibrosos que dan al tacto la sensación de estar siempre un par de grados por encima de la temperatura normal. Medía uno ochenta y pico, pero parecía un poco más alto de lo que era en verdad. Sus manos eran grandes, callosas. Una vez que peleábamos me sujetó y pude sentir su fuerza. Además era medio bruto. Zumbaba en mi mente la idea de que si quería me podía matar sin hacer ningún esfuerzo. Pocas personas me transmitieron esa impresión. Benjamín tenía ese no sé qué, como un cartel colgado en el cuello que decía “cualquier cosa puede pasar”. Me volvía loca.
Era diciembre y habíamos ido a buscar unas notas suyas (todavía estudiaba en la escuela nocturna). Los pasillos estaban vacíos y subimos al primer piso para que me mostrara cuál era el aula y donde se sentaba. Fuimos de la mano. Nos habíamos conocido hacía dos meses y, en ese momento, el solo hecho de caminar de la mano era toda una aventura. Llegamos a una puerta mitad madera y mitad vidrio. La abrimos y entramos. Supongo que a esa altura ya sabíamos que íbamos a terminar garchando detrás de una de las columnas. Por supuesto que fue un “rapidito” tembloroso, en el que no paré ni por un segundo de paranoiquear con que alguien apareciera. Me cuesta entender que alguien pueda acabar en una situación así. Yo no puedo. Obvio que él sí. En un punto mejor, si hubiera tardado más seguro me hubiera puesto a llorar del miedo. Ahora me pregunto ¿y qué si nos encontraban? Pero nadie vino, ni nos interrumpió, ni nada por el estilo. Transpirados y medio atontados nos acomodamos la ropa. Después tiró el forro en el tacho de basura y salimos.

¿Qué significan azucar, un limón, clara de huevo y mucho pisco?

¿Qué significa despertarte en tu cama y decir: No entiendo nada? Y de repente todo te da vueltas, tenés una bola en el estómago, tenés unas arcadas de la puta madre y lo único que querés hacer es pararte e ir al baño pero no podés: tus piernas no te responden, sentís un calambre muy fuerte, como si te hubieses desgarrado pero no sabes como. Y entonces te das vuelta y lo ves a él, o, al menos, por el corte de pelo, por la forma de la espalda, creés que es un él, aunque no tengas ni la más puta idea de quien es él. Está bueno, pensás. Te dan ganas de acariciarle el pelo, pero tenés miedo de despertarlo.
Y entonces ahí la noche se aparece en flashes, te empezás acordar del taxi que se tomaron para ir a tu casa, que el tachero se quedó con el cambio porque no tenía vuelto, te acordás que tenías una pollera y él te quiso meter los dedos en el taxi y vos le corriste la mano y le dijiste acá no, que en el momento te había dado mucho asco porque él tenía un slip y vos odias los pibes con slip.
Que asco, decís, y las nauseas reaparecen, y ya no te podés contener más entonces vas corriendo al baño, en la medida en que tus piernas te lo permiten, que tienen la pose de un jinete que se acaba de bajar de un caballo. Y ahí vomitas todo en el inodoro y después cerrás la tapa y te quedás dormida ahí, abrazada al inodoro. Cuando te despertás te sentís un poco mejor y ya repuesta, decidís ir a ver quien está durmiendo en tu cama, pero vas al dormitorio y no hay nadie, y volvés a no entender nada, porque por más que las imágenes del boliche se te hayan borrado de lo del taxi te acordás, estás segura de que te acordás. Y vas para el living y ves las llaves puestas en la puerta, pero con el llavero colgando para el lado que no lo solés dejar vos siempre, y entonces ahí si entendés todo, y te preguntás si él tendrá idea quien sos vos o estará en la misma.
Vas para la cocina y ves la botella de agua en la mesada, todavía fría porque no fue sacada hace tanto de la heladera, pero no ves ningún vaso usado.
Entonces tu historia va a quedar ahí, una historia que sólo tiene el recuerdo del pibe que tomaba agua de la botella.

Kosovo

Cuando conocí a Benjamín, me flasheó. Era muy lindo, demasiado lindo, con lo cual inmediatamente pensé que era gay. La idea me tranquilizaba, ya que yo andaba de novia con Walter (otro día cuento de Walter, hoy es el turno de Benjamín). Durante dos meses, o más (no lo recuerdo) Benjamín era público cautivo en unos encuentros culturales en San Telmo. Siempre iba acompañado de su amigo M (que no era gay, aunque a veces los veía tan juntos que me hacía dudar, pero... no era gay). Una noche, viéndome acosada por otro público cautivo que me dijo: me gusta tu piercing, me dan ganas de morderlo (yo tenía un piercing en la ceja, con lo cual el piropo me sonó más a amenaza de ceguera que a otra cosa), respondí: te presento a mi novio, tomando a Benjamín de los hombros y dejándome abrazar por él. El abrazo, que fue largo e intenso, me bastó para confirmar su no gayera; y al otro, que su comentario fue un meo fuera del inodoro.
Al otro no lo volví a ver más; pero a Benjamín sí, con lo cual iniciamos una dinámica de histeriqueo.
Un par de oportunidades estuve a punto de concretar algo con Benjamín, pero... -claro, siempre hay un pero- estaba enamorada de Walter. Los encuentros con Benjamín (junto con su inseparable M) trascendieron el marco cultural; nuestros roces, miradas e histeriqueos, también. Una noche en un pool, Benjamín recibió una llamada. Esa noche me enteré que Benjamín, el pequeño Benjamín, andaba saliendo con una chica (¡¿cómo, no me iba a esperar toda la vida?!).
Pasé casi un año sin saber de Benjamín. Una noche me lo encontré en un bar y le confesé, con unas cervezas de más (nunca antes lo había hecho, lo de la confesión, no lo de las cervezas de más, lo aclaro) que me gustaba, que yo había estado enamorada de él. Por supuesto no me creyó y, a cambio, me respondió: te acompañé hasta la puerta de tu casa y no me hiciste pasar, ¿lo recordás?. Por supuesto que lo recordaba... esa noche me hice la paja pensando en él, y todas las noches que siguieron pensé en él, en el abrazo, en los puntos suspensivos que se dan cuando dos no saben qué mierda hacer. ¡Me hice muchas pajas pensando en él!
Yo no me quedé callada: yo esperaba que vos hicieras algo. Esa noche, intoxicada de alcohol, y viendo un ¿show? de tango-fusión-electro-punk, comprendí que ambos habíamos sentido algo que no logró ser por eso que llaman “timidez”, y que ahora rebautizo como “estupidez”.
Luego de la confesión, no lo vi más. Alguna vez le pregunté a M por él, hasta que finalmente dejé de ver a M.
El año pasado, en un bar del Abasto, me reencontré con M y me fue inevitable preguntar por Benjamín. Quizá en un rato venga, me respondió M. Y llegó. Esa noche, entre fernet y fernet, una amiga nos leyó el tarot. Fue así como nuevamente Benjamín se coló a mi vida. La diferencia es que ahora, el enamorado era él, pero no de mí sino, de su pareja -con la cual vivía y cuyo nombre nunca aprendí por amor propio-. Por mantener el orden de las cosas, nuestros encuentros no pasaron de ser una atracción decorada de comentarios histéricos, risitas histéricas, miradas precisas.
Una noche en que me iba con M a ver a los YYY, lo llamó Benjamín para verse luego del recital. Propuse un bar. El comentario de M fue: Ojo con Benja, está recasado. A lo que atiné en responder: Yo no obligo a nadie a hacer lo que no quiera hacer. M por supuesto no se quedó callado: ¡Ay! ¿Qué pretendés con eso?, y yo tampoco: Nada, sólo creo que él me tiene tantas ganas como yo a él. Lo que tenga que pasar pasará.
El recital estuvo increíble (ahora mientras escribo estoy escuchando Fever to tell), pero como todo, terminó; M y yo nos fuimos al bar a encontrarnos con Benjamín. Todo ocurrió como siempre: las risas, los comentarios, las miradas. M, un poco aburrido dijo: ¿por qué no se besan y se dejan de joder?. En otra oportunidad hubiese estado pendiente de la llegada de Walter al bar, pero esta vez no me importó. Benjamín y yo nos besamos, y nos besamos y nos besamos y todo todo todo desapareció. Cuando nos desprendimos, M se había ido sin decir nada (lo cual suele hacer cuando está colapsado de alcohol).
Sin decir nada, nos levantamos y salimos del bar. Paramos un taxi. ¿Tu casa o Kosovo?, pregunté. Kosovo, respondió. Así llegamos a mi casa; así empezamos a desvestirnos y a coger en la cocina; así me penetró haciéndome gritar y llorar de alegría. Esa mañana amé a Benjamín. Esa mañana le confesé: hace dos años que esperaba esto. Él, no me creyó; como tampoco me creyó cuando le dije que me había gustado desde el primer día que lo vi.
De todos mis encuentros sexuales, ese es uno de los que más recuerdo, y uno de los que más me ponen. Luego de esa mañana no lo volví a ver.
Benjamín era uno de mis puntos en la lista. Explico: cuando corté con Walter, junto con mi amiga L hice una lista de “pendientes”, la cual fui cumpliendo rigurosamente.
Este año, Benjamín era sólo un recuerdo hasta que, la noche del día del amigo, recibí un sms seguido de una llamada y luego otro sms: Benjamín. Debe ser M, pensé. Estaba en lo cierto, era M, pero estaba con Benjamín, al cual no veía hacía casi nueve meses.
Junto con mi amiga C abandonamos el bar, que nos había provisto de rigurosos cubas libres, y enrumbamos hacia la fiesta en la que estaba M con Benjamín. El encuentro tuvo la frialdad necesaria de la sorpresa. Nos quedamos en una terraza. Cervezas van y vienen; me dio ganas de hacer pis. Me indicaron el camino al baño, pero estaba lleno de jipis, así que le pedí a Benjamín que me acompañara por mi seguridad (soy piojo-fóbica). Me acompañó. Cuando llegamos a la puerta del baño, le pregunté: ¿entrás o te quedás? Benjamín entró. Mientras hacía pis charlábamos. Cuando terminé, y me dirigía a lavar las manos, me tomó del cuello y me aprisionó contra la puerta. Nos besamos y nos besamos y nos besamos y todo todo todo desapareció, hasta que alguien tocó la puerta. Nos acomodamos, apagamos la luz y salimos como quien sale del confesionario (no del GH, del de las iglesias). C se fue, M no se fue pero era como que no estaba –el alcohol lo empezaba a colapsar-. Así que Benjamín y yo nos fuimos a Kosovo. Yo, sin entender nada. Él me imagino que tampoco. Esta vez no estuvo tan buena como la primera. No sé si les pasará a todos/as, pero hay un fantasma que corroe las mentes de los infieles. Bueno, a mí ese fantasma me estaba hinchando las pelotas; pero no porque el fantasma fuese mío, sino que era de Benjamín. A la mañana siguiente le dije: nos vemos en diciembre. Sonrió, no entendía. Digo, que tienen que pasar 6 meses, ¿no?. Me dio un beso y cruzó la calle.
No pasaron seis meses, pasaron tres. La dinámica fue la misma: sms, llamado, sms: Benjamín. Encuentro en casa de M. Esta vez, no lo dudamos. Nos fuimos a Kosovo sin mucho preámbulo. Era mi tercer encuentro con Benjamín. La vencida. Desde ese momento nuestros encuentros pasaron a ser de uno o dos por semana, hasta que llegó el mes.
Una vez, hablando con un conocido sobre las parejas, me decía que él consideraba un noviazgo luego de haber salido un mes con la misma persona. Para mí era una locura, ya que para asumir una relación necesito al menos tres meses. Quizá Benjamín piense como mi conocido. Quizá por eso es que luego de ese mes, desapareció. Quizá arregló con su chica. Quizá le molestó verme con Walter el día de mi cumpleaños. O quizá, como yo, haya sentido fuego. No lo sé.

Porque el pollo siempre es más rico al Spiedo que frito...

Siempre hay algún momento en que las minas nos hacemos esa pregunta. Siempre nos pasa. Tengamos más o menos experiencias siempre se nos cruza esa pregunta, ese mito: ¿Cómo dar más placer a un chico?. Y entonces compartimos con amigas las experiencias, leemos la Cosmopolitan (revista más frívola y esnob imposible, pero que te tira algunos tips que han podido salvar noches irremontables), miramos películas porno, nos probamos lencería erótica. Pero también todas sabemos que cada pibe es distinto, que hacer la paja no siempre te va a salir bien porque hay pibes a los que les gusta lento, y que los mires embelesada mientras lo hacés, pero hay otros que quieren acabar ya y les gustá rápido, a otros les gusta que los apretés, o que los rodees con todos los dedos, y a los más perversos les gusta que les claves las uñas. Y de la lencería ni hablar; están los que prefieren el algodón, los que el encaje los vuelve locos, los que se calientan sólo con ver un corpiño transparente, y los que son tan brutos que ni siquiera se fijan en que lencería tenés puesta porque te arrancan todo de un tirón. Y vos que quizá estuviste una hora probándote ese corpiño violeta con relleno frente al espejo. Creo que igual, y sobre todo si es la primera cita y a veces no da acostarse, lo que los mata es la tanga esa de hilitos, porque les permite tocar todo igual. Y en ese presionar de hilitos se sienten machos, hay algo en ese tironeo que los vuelve primitivos, que los hace sentirse más hombres. Y todas sabemos lo que nos gusta ese clic que hace el roce de la tira de la bombacha con la piel.
O también están esos pequeños secretitos, del estilo: chupale el dedo como si le estuvieras chupando otra cosa, porque no hay nada más erótico que el secreto. No hay nada más sensual que llegar al límite, besarlo en todos lados menos ahí, hasta que la sangre se le acumule tanto que no pueda más. O también está la clásica apoyarle las tetas en la pija, rodearle la pija y dejarla que se deslice por tus tetas, casi casi dejándolo acabar. Quizá eso los mata porque la piel en las tetas es más sensible, mucho más que los dedos que son ásperos. Lo que les provoca ese escalofrío en todo su cuerpo es que es casi, casi, como la piel de un bebé.
Y mejor ni hablar de la succión en el pezón que los remonta a sus orígenes, como diría nuestro viejo amigo Freud, eso merece un capítulo aparte.

Sobre la lengua de los hombres

Fue en la casa de un chico, el ensayo de Benja sobre la lengua se me reveló. Como me pasa con algunos discos, después de haberlos escuchado mucho tiempo sin prestar nada de atención. O después de haberle pedido a un chico por favor, cambiá la música para verlo, medio segundo después, saltar de la cama a la ruedita que gira el volumen y pensar, no sin cierto placer, que efectivas que son las órdenes en las primeras citas.
Me encantan, las primeras citas. Siempre me enamoro, de un chico la primera noche. O de su lengua, me enamoro de la lengua de algunos chicos que elijo con el dedo en una fiesta y a los que primero observo, hasta descubrir, como mueven la lengua cuando hablan, como hacen muecas con la boca. Todo, siempre, es información fundamental. Para saber si vale la pena besarlos o si mejor, hablar de tus ensayos Benja, armarse una historia platónica -un amor sin lengua.
El otro día entendí que sí, que hay una lengua de Dios, como vos decís. Como cuando me gusta tanto un poema que después de aprenderlo de memoria lo traduzco, me dejo traspasar, transparentar, por el poema. Así, igual me pasó, el otro día, ¡era un poema su lengua!
En el fondo de la habitación había un libro que empieza con una inscripción: viajar es muy útil, hace trabajar, la imaginación y juro Benja, por Celine, el viaje que mejor hace trabajar mi imaginación lo tenía él, una frase en la punta de la lengua que no me dijo: ¿nos volvemos a ver?

Bajo voltaje

Fui al Personal Fest del 2005 con una entrada regalada. Esa noche tocaban Babasónicos y Durán Durán, una mezcla 80s-90s explosiva. Estaba con un amigo dando vueltas por esa zona casi pantanosa de Puerto Madero (había llovido) tratando de conseguir algo que comer, y lo único que ofrecían eran unos patys grasosos y caros para los cuales había que hacer una cola monumental. Nos acercamos al escenario de Babasónicos y entonces me crucé con él, digamos un "admirador", pero no me vio; y entonces pensé en saludarlo pero me pareció poco feliz, y ahora voy a contar por qué.
A lo largo del año, se había acercado más de una vez a hablar conmigo con las excusas más infantiles que me pudiera imaginar. Estaba claro para S, mi compañero de trabajo, que era un flechazo hecho y derecho. Si bien yo era más grande, la diferencia de edad no era tan significativa así que, ingenuamente, supuse que podría esperar de él algo un poco más concreto (que es, para mí, sinónimo de "madurez"). Y lo que esperaba era ni más ni menos que alimento para mi ego débil porque la verdad es que el muchacho mucho no me interesaba. Pero no fue como esperaba, las excusas para acercarse a mí iban desde "¿te puedo hacer una pregunta?" (por dios, qué pobreza) hasta "menos mal que viniste vos, porque a S. mucho no le entendemos" o pavadas por el estilo. Finalmente el joven se hizo con mi mail y comenzó a escribirme asiduamente a partir del momento en que dejamos de vernos (por finalización de temporada laboral) Los mails iban desde "Feliz navidad, que lo pases muy lindo junto a los que querés" hasta uno en que me saludaba por el "Día internacional de la mujer" pasando por otro en el que me contaba detalles de sus próximas vacaciones y me pedía "le recomendara algún libro para leer en el viaje". Los mails, que yo contestaba algo distante pero siempre con amabilidad, se extendieron a lo largo de un año. Y entonces ese día me lo crucé en el Personal Fest, y pasó frente a mí, se puso colorado y siguió. Mi amigo me dijo "¿viste cómo te miró ese? se enamoró a primera vista", pero claro, no era a primera vista y decidí no compartir mi pobre experiencia con él.Y obviamente, después de eso no me escribió más.
No hay para mí muchas más circunstancias que me recuerden exactamente por qué las benjamin decidimos reunirnos bajo el rótulo posmo-amoroso de "experiencia y pobreza"