Nosotros dos, lost.

Cuatro años de novios y un verano por delante en Capital. Enero 2007; acababan de contratarme justo cuando empezaban a echarlo. "Somos fuertes", dijimos, juntos podríamos soportar tanto el calor como la falta de vacaciones.

No me acuerdo a cuál de los dos se nos ocurrió la idea de mitigar la pesadez con la primer temporada de Lost. Generalmente las cosas se nos ocurrían a dúo, o yo lo estaba pensando, o él lo estaba pensando, o hablábamos a la vez. O nos tomábamos las cosas con tanta vehemencia que los proyectos de uno terminaban siendo los del otro.

Cuatro años de novios, un verano por delante y sobre la mesita ratona de mi departamento esperaba ahora la primera temporada de Lost. Nos habían hablado; todos nos habían hablado. Primero nuestros amigos más o menos cinéfilos, a los que les teníamos confianza. Después Lost nos empezó a atacar por todos lados; la última en recomendárnosla fue mi compañera de yoga. No entendíamos realmente qué misterio podía generar una serie yanky, pero un verano por delante, las noches vacías de amigos que divagaban por el sur y cuatro años de novios hacían que estuviéramos dispuestos a enfrentar a cualquier cosa.

El primer capítulo lo vimos en casa. Habíamos terminado de cenar y nos tiramos en un puf. A medida que avanzaba nos fuimos incorporando. Me acuerdo bien de esa noche porque hacía mucho que Pablo y yo no cogíamos así. No sé si habrá sido la intensidad de lo que acabábamos de ver o la excitación que nos produjeron ciertas escenas de peligro – me había asustado bastante ese primer capítulo y él me abrazaba fuerte, con unos brazos que me había olvidado que tenía. Hacía mucho, decía, que no cogíamos así: estábamos acelerados, tan acelerados que se metió al baño cuando yo estaba entrando. Fue ahí mismo, como si estuviéramos dejándonos sorprender. Digamos que en la última etapa nuestra pareja había entrado en esa especie de meseta rancia. Por eso esa noche nos pareció mágica. Creo que no nos quedó un solo lugar por recorrer, una sola parte del cuerpo por descubrir. Nos besamos violento, nos mordimos, éramos animales desparramados en el piso de cerámico. Las cuatro de la mañana y seguíamos con ganas de más.

Durante alrededor de dos semanas, ya no recuerdo, nuestras noches estuvieron marcadas por la serie. Nos juntábamos cuando yo volvía de la oficina, cenábamos algo, nos preparábamos unos wiskies y nos disponíamos a flashear. La naturaleza agreste nos había estimulado la imaginación. Estabamos descubriendo otra vez nuestros cuerpos, cuando parecía que no quedaba nada por descubrir. El de Pablo me parecía nuevo; “estás tan bueno” le decía entre respiraciones cortadas. Le pasaba la lengua por su panza marcada por las abdominales bolita que hacía en entrenamiento. Me sorprendía a mí misma con técnicas de sexo oral que ni siquiera había imaginado que existían. Jugábamos mentalmente: yo era Kate y él era Jack y hacíamos en la cama lo que ellos postergaban en la jungla. Los dos sabíamos en silencio que algo había despertado en nosotros esa bendita serie. En silencio porque no nos lo decíamos, pero en esa semana fuimos capaces de cancelar cualquier cosa que se presentara por ver un capítulo más y por sentir eso que pasaba una vez apagada la pantalla. El cuarto de mi dos ambientes era una selva; podíamos fabricar en él cualquier escenografía, nos soplábamos, respirábamos, nos volvíamos a estimular. A veces abríamos la ventana que daba a un pedazo de cielo de Rodríguez Peña y cogíamos a la luz de las estrellas. Dejábamos que entre la brisa, o los pegajosos 38 grados de calor. Transpirábamos. Empezamos a viajar el exhibicionismo; yo de cara a la ventana, parada, el por atrás agarrándome el culo fuerte con las dos manos. A veces sensual, a veces agresiva, yo estaba descubriendo otra vez el sexo. O por primera vez. Quería hacer exactamente lo que él estaba esperando. Y lo lograba. Todo el tiempo, cada vez más.

Pablo se había transformado para mí en el protagonista de Lost que más me hubiera calentado si hubiéramos caído junto al grupo en una isla desierta: tenía en un solo cuerpo la pasión de Sayid, la violencia de Sawyer, la dulzura de Jack, la inteligencia de Locke. Todo encerrado en el mismo cuerpo firme, tostado bajo el poderoso sol que pega en todas las canchas del conurbano bonaerense.

Cuando llegó el momento de enfrentar el último episodio surgió naturalmente una especie de ritual. Cocinamos entre los dos lo que había en la alacena, nos tomamos varios fernet. De postre él me sorprendió con un par de tiritos, "para festejar", dijo riendo. Así estábamos, sobreestimulados. Fue una noche que voy a guardar para siempre: era sábado, y duró hasta que ya era de día. Los dos solos en mi departamento de Rodríguez Peña, riendo y llorando mientras pasábamos la noche más intensa de nuestras vidas.

Había terminado la primera temporada; teníamos que encargarnos de buscar la segunda. ¿Teníamos que encargarnos de buscar la segunda? De repente algo empezó a retrazarlo. A él lo llamaron de un trabajo, algunos de los amigos volvieron de viaje y empezamos a desviarnos con la excusa de ver las fotos; la banda de Pablo retomó los ensayos y las noches que compartíamos solos empezaron a ralear.

A los pocos días me cambiaron el horario de trabajo, tenía que hacer guardias telefónicas hasta las 11 de la noche. Llegábamos los dos aniquilados y de a poco la libido que habíamos descubierto empezó a despedirse. De repente nos fuimos alejando. Varias veces durante ese tiempo tuve oportunidad de conseguir los nuevos capítulos (a esa altura dos de cada tres amigos tenían la colección completa en sus casas) pero todo se había enrarecido tanto entre nosotros que no tuve valor de hacerlo; temí que no funcionara. Supongo que a él le pasó lo mismo.

Todavía era verano, todavía hacia cuatro años que estábamos de novios pero ahora éramos nosotros los desaparecidos; cada uno estaba en su isla de trabajos, amigos, banda, yoga, guardias y drogas. Cada uno en una isla infinitamente distante.

Un mediodía de febrero almorzamos juntos por última vez en una parrilla del centro, adonde íbamos a veces, cuando teníamos que hablar cosas importantes. Nos separamos bien, tranquilos, casi sin dolor aparente. El mozo de siempre me miraba lagrimear como me había visto cien veces antes, pero creo que él también sabía que era la última.

Este febrero se cumplió un año desde que Pablo y yo nos separamos. No sé si lo extrañé en todo este tiempo. Pero hoy mi compañera de yoga me trajo en una bolsa de Coto la segunda temporada y me doy cuenta por qué durante este tiempo preferí no pensar en ella. Acá estoy: en el mismo living de antes, con los dvds desparramados entre el puf y la mesita ratona; sola y lagrimeando porque no, porque no, porque no sé si tengo valor para volver tan desierta a esa puta isla.

11 comentarios:

ajsoifer dijo...

Muy bueno... realmente muy bueno.

Horacio Gris dijo...

Me gustó mucho. Condensa un poco de todo.

notansoez dijo...

aaaagghhh


me mataste

Anónimo dijo...

me encantó

Sista dijo...

será que hay imágenes (muchas) que me recuerdan a "otra" de nuestras vidas?....será que es muy intenso?...La--gri--me--o

Mamerto Tetto dijo...

Buenaaaa... volvieron al ruedo con un buen texto mamitas!!

Me copan. Me re copan. pero ya saben, con una fotito de ustedes en pelotas o medio en pelotas, serian el mejor site de la web.

Las felicito y les tiro mucha buena onda.

YadaYada dijo...

Excelente.

manuel dijo...

excelente!!!!!!!

Las Benjamin dijo...

eeyyyyy
muchas gracias a todos!

charlotte dijo...

"...no sé si tengo valor para volver tan desierta a esa puta isla."

de a ratos me sentí protagonista, pero el desenlace me aniquiló. cualquier paisaje es árido sin sus brazos fuertes y el vello perfectamente dibujado sobre su pecho.

Alan Murray dijo...

Wow... genial.
Una fluidez envidiable.

Mi favortita fue la autora?

Dejen de evitar mi duda, cabronas.

Alan Murray