1+1=3

Nunca fui buena para las matemáticas, menos para las relaciones en pareja. Quizá por eso mi empecinamiento en los conjuntos, en buscar intersecciones en donde el resultado es cero.
Todo se vuelve cíclico. No logro conjugar formas. No entiendo de geometría. Todo pasa, evoluciona y -seguramente- yo también; pero, siempre retorno al mismo lugar.
Los encuentros anunciados con M traen a Benjamín, como una extensión. Escuchamos música, vemos videos, cenamos, tomamos, M se retira y Benjamín queda en casa, como un bolso olvidado. Antes había juego, caricias, besos. Ahora Benjamín, queda. Y yo, lo asumo. Cogemos, dormimos, cogemos, y a la mañana siguiente cruzamos la calle juntos.
Este domingo, Benjamín quedó olvidado. M se fue, como siempre, hecho una cuba. Benjamín me pidió permiso para darse un baño. Me causó gracias el "pedido". No hace falta, le dije. Cuando salió entré yo, estaba indispuestísima; toda la tarde me había revolcado por el dolor de ovarios. Cuando salí del baño y fui al living, no estaba. Salí al balcón, nada. Benjamín había desaparecido. Verifiqué si estaban los tres juegos de llaves completas. Estaban. Fui a la habitación en penumbras, y ahí estaba él. Las persianas levantadas y la luna entrometiéndose sobre mi cama. Me acerqué. ¿Estás bien?. Me tiró del brazo sobre él. Nos besamos, largamente, como si nuestras lenguas buscaran fundirse en una sola. Nos vimos en la habitación, con la luna puesta sobre nuestros cuerpos. Cogimos en una performance que me daban ganas de filmar de lo hermosa que era. Reíamos, probábamos nuevas formas. Jugábamos. Nuestro público vecino tímidamente iba apagando las luces de su habitación; veíamos sombras asomadas en las ventanas del edificio de enfrente. Vimos nuestras propias sombras reflejadas en una pared exterior. Lo público y lo privado. Lo de adentro y lo de afuera. Bachelard, y nuestros cuerpos replegados. Estábamos empapados, luego éramos los dos en la bañadera.
Quizá fue la mejor noche con Benjamín. Quizá por eso, a la mañana, se llevó su cepillo olvidado el domingo anterior. O quizá, le molestó el llamado a las 9 hrs.
Me despertó un llamado. Era Walter. Regresaba de viaje y quería verme. Me citaba en 40 minutos. Regresé a la cama junto a Benjamín quien, aún dormido, me abrazaba. Le dije que debía salir, le dejaba la llave. No lo aceptó. Walter insistió con mensajes de texto, y mi mente intentaba coordinar un horario que no dejara sospecha. Dudé en contestarle, pero luego lo imaginé en la puerta de casa. Cómo le explicaría la presencia de Benjamín. Cómo le explicaría a Benjamín, la presencia de Walter. Le contesté. Extendí la hora. Regresé a la cama. Cogimos nuevamente.
Acabamos. Se me hace tarde, le dije. Inventé la excusa de una entrevista de trabajo. Me fui directo a sacarme el semen seco que tenía en el pecho. Benjamín y yo salimos de casa. Me preguntó hacia dónde iba. No lo sabía. Temía que Walter estuviera cerca. Dos segundos, inventé una excusa, le dije que debía ir al locutorio a hacer un llamado. Nos dimos un beso. Crucé la avenida, viendo cómo Benjamín se alejaba en sentido contrario. Walter venía hacia mí. Tres horas después, sería otra la cama, otros los brazos, y otra la lengua que intentaba fundirse con la mía.

3 comentarios:

Horacio Gris dijo...

Siento tanta conexión con estas cosas...
No sé si se debe a que hoy estoy especialmente sensible, pero me entristeció leer esto. Muy bueno.

saludos

Anónimo dijo...

Che, no pinta un garche freelance?

Las Benjamin dijo...

gracias horacio,
pero no se nos ponga triste, eh?
no valen las identificaciones, eso es pura mierda.

anónimo,
gracias por la propuesta, pero no; y menos con un anónimo.