La nena

El domingo es el día de Celeste. Entonces yo aprovecho la tarde y paseo por Palermo. Miro bombachas y compro dos: una celeste con libélulas, grandota tipo culotte, de tela brillante. Otra con círculos y moñitos. Pienso que podría envolver alguna y dársela para Celeste, le quedaría bien a una nena de 7 años. Pero soy demasiado egoísta y me gusta más imaginarme tu cara cuando me la veas puesta.

Lo tengo entre las piernas, y es el momento que más amo. El momento en que más lo amo. Suena su celular. “esperame nena, tengo que atender, es Celeste”. Siempre tiene que atender y yo sé que no es Celeste. Es Gabriela. Pero “Celeste” es el nombre oblicuo que viene a nombrar el vínculo que lo une con ella. Celeste, o “la nena”. Me confundo, desde hace un tiempo yo también soy “la nena”. “Nena, qué te pusiste”, “ay, nena”, “nena te quiero ver en tetas, y en bombacha”. Creo que nunca me llamó por mi nombre, pero desde el principio me gustó el apodo. Y desde el principio no me sale otra cosa que actuar en consecuencia a él. Yo nunca me atreví a decírselo, pero conmigo misma lo llamo “el Oso”. Me gusta jugar sola a que tengo un nombre para mi amante secreto.

Es lunes y estoy en bombacha otra vez, pero arriba de la camilla de Ivana. Aparece con la cera y empieza con lo suyo. Cuando llegué le pedí que no me dejara nada ahí abajo, es una sorpresa para el Oso. Con destreza llega al tema y no sé cómo me escucho contándole. “Tengo un amante secreto. Un señor”. Ivana se ríe pero no se sorprende. Y cuenta anécdotas que no esperaba enterarme: me habla de las mujeres de más de cincuenta que le piden lo mismo para un aniversario, una vez al año. Me habla de mallas blancas y de que lo que les gusta a los hombres. Describe las temporadas de invierno y de verano. Pero no dice nada de ninguna clienta que quiere ser nena otra vez y me siento única. Una nena para el Oso, una diferente.

Cuando bajo a contaduría está mostrando fotos de la nena. Las llevó en un pen drive y alrededor todos coinciden en que es hermosa. Me acerco y antes de verlas, ya lo sabía: Celeste con vestido, Celeste saltando arriba de la cama, Celeste haciendo morisquetas, Celeste con Gabriela. Me recorre un frío involuntario. Es linda Gabriela, más de lo que creía. Pero Gabriela es una señora de tapado y zapatos, y por un momento hasta siento el perfume que seguro tiene puesto. Es linda Gabriela, pienso y me miro y me fijo si tendremos algo que ver, si ella también alguna vez fumó porro o escuchó Morcheeba. Me delineo mentalmente: las zapatillas y los jeans gastados, la camperita de plush y el moño que tengo puesto en el pelo. Es linda Gabriela, pero es una madre. Él me lo dijo una vez, Gabriela es sólo la madre de la nena.


Cuando está profundamente dormido, ronca. Me despierta pero no me enoja, lo tapo con las sábanas; me permito cuidarlo porque sueña y no se da cuenta de nada. Pero cuando el Oso está despierto, dejo que él me proteja, porque me gusta que me abrace con toda su enormidad y me haga sentir diminuta. Sentir en mi abdomen plano la panza del Oso, estimulante, fabulosa, una panza de luz. Ahora, sobre las sábanas, descansa la cabeza del Oso. Su gigante desnudez contrasta contra mi cuerpo blanco y mínimo. A veces pienso que me gustaría vernos en un espejo; cuando estoy arriba de él, cuando se balancea arriba mío, cuando acaba y me mira a los ojos. A veces pienso que el Oso es como un padre para mí: me acurruca, me acaricia el pelo, me besa. Me sienta en sus rodillas y me cuenta un cuento, uno cualquiera, de cuando era joven, cuando Gabriela no existía, ni Celeste, ni yo. Cuando no había nenas, cuando tenía más pelo y menos arrugas. Cuando era la imagen viva de la inexperiencia.

Me ducho mucho tiempo, disfrutando. Me seco mal y medio mojada me pongo la bombacha nueva. Mis amigas me chatean y les contesto así como estoy, en toalla. Quieren que vaya con ellas a ver una instalación. No puedo, hoy veo al Oso. Se enojan un poco porque no entienden que es martes y si no es hoy tengo que esperar hasta que Gabriela vuelva a tener franco. No se los cuento y me sorprendo a mí misma al darme cuenta cómo el tempo de mi vida está regido por las vidas de otras personas que ni se imaginan que existo. Escucho Happy Mondays mientras me seco el pelo largo y lacio. Elijo la ropa adecuada: zapatillas, medias, un vestido de feria. Armo la mochila con dos porros y mi camisón preferido. Estoy por salir y me llega un mensaje. Lo contesto sin rencor, desarmo la mochila y prendo uno. En la muestra tomo vino gratis y me aburro. Sólo pienso en estar en la cama con el Oso.

“Nenita, hoy no puedo y mañana tampoco. Es que se enfermó la chica que la cuida y bueno, viste como es esto, ella tiene una cena y me tengo que quedar con Celeste. Tenía ganas de comer con vos, lo dejamos para después”. Escucho el mensaje y me invade una especie de rabia intensa, me tiro en la cama y lloro mucho. Muerdo el libro que estoy leyendo, le arranco el prólogo y las tapas. Rompo un lapicero chino de cerámica contra la pared que da al patio. Me lo imagino jugando con Celeste, haciéndola dormir y la odio. Un compañero de la facultad titila en naranja invitándome por quinta vez a ver una película de Jarmusch, pero no quiero, estoy encaprichada con el Oso.

Entonces el silencio me obliga a crecer vertiginoso, en un par de meses. Entro en razón y me olvido. “No importa que estemos distanciados, mi familia siempre van a ser Celeste... y Gabriela, y nadie más”, me canceló la última vez. Y fue una iluminación. Es domingo y paseo sola por Palermo, entro a un local y reviso las carteras, elijo una y decido dejar de usar la mochila por un tiempo. Suena el celular, es Pedro que me invita a cenar a un restaurant peruano o algo así. Declino porque estoy cansada y hace mucho tiempo que no tengo un domingo para mí, vacío, ocupada como estoy en mis proyectos, el trabajo y las lecturas. Me sonrío cuando me acuerdo la época en la que los domingos eran los días de Celeste. Entonces lo veo, sentado en una mesa frente a la plaza Armenia; fuma un cigarrillo y mira hacia la calle. Recorro la mesa, un cortado y un licuado, y al lado, obviamente, está la nena. Miro con un poco más de atención y ahí está el otro cortado, y la veo y la reconozco. Una hermosa postal familiar. Se ríen, parecen felices. Cruzo mirando para el otro lado tratando de llegar a la esquina. Pienso en lo rápido que una nena puede olvidarse que alguna vez lo fue. Pienso en la inocencia, en mi credulidad, pienso en la fantasía. Pienso y no siento nada.

4 comentarios:

manuel dijo...

muy lindo
texto.


"Pienso en lo rápido que una nena puede olvidarse que alguna vez lo fue. Pienso en la inocencia, en mi credulidad, pienso en la fantasía. Pienso y no siento nada. "

me encanta ese desenlace!


beso
m.

Elvira Olando dijo...

buenísimo, nena. felicitaciones! simple y grandote, me encantó esta historia con amantes de nombres secretos, puedo robarte la idea? armamos un zoológico?
besos

Anónimo dijo...

A mi lo que me gustó es la imagen de la mina en calzones y en tetas, que es el mejor atuendo que una novia esposa amante pareja puede tener puesto cuando lo agasaja a uno.

Una cosa para las que andan con tipos separados (yo mismo he sido un tipo separado dos veces, ya. Ahora no): si no te enchufa los pibes de entrada, apara ver qué hacés, entonces el tipo no tiene ningún interés fuera de verte en tetas y en calzones, nena.

Aqui termina el consultorio del Tío Fish.

Anónimo dijo...

Éste me encantó.