emO

- ¿Cómo que no te acordás nada?
- No me acuerdo. O sea, tengo como... pequeños fragmentos de la noche.
Me acuerdo que estábamos charlando en la fiesta. De ahí... no sé, onda, casi me caigo. Creo que fue cuando volvía del baño que fui a tratar de sacarme el hipo.
- ¿Qué hipo?
- ¡Ah! me dio hipo ¿podés creerlo? Hipo emocional.
- ¡¿Hipo emocional?!
- Seh... el año pasado me dio tres veces. Me da tipo... en situaciones extremas. estaba hablando de una persona que re quiero y en eso... ¡pum! el hipo. Bueno, la cosa es que cuando volvía del baño resbalé en el jardín y casi me caigo, entonces me sostuve de una silla. Creo que del susto se me pasó el hipo, y... no sé... creo que él me ayudó y de ahí no sé... estábamos a los besos.
- No te acordás de nada.
- De ahí estaba en su cuarto.
- ¿Cómo llegaste?
- No me acuerdo. Creo que fue después de que desapareció mi cartera.
- ¿Cómo que desapareció tu cartera?
- Ah, sí. Cuando fui al baño a sacarme el hipo, regresé y un amigo me dijo que una mina había agarrado mi cartera.
- ¿Y qué hiciste?
- Nada, fui y se la pedí. Le dije que era mía, y me la dio.
- ¿Estaban drogados?
- Nah, mucho whiski. Bueno, la cosa es que estábamos en su cama. Me acuerdo que me leía poesías y no sé cómo me dijo de casarnos.
- Como Britney Spears.
- Claro, ahí entendí a la pobre Britney; sólo es posible casarse estando ebria.
- Ay amiga, estás re loca. ¿Y que supiste de este chico?
- Nada, el muy hijo de puta no me ha escrito ni me ha llamado. Es el casamiento más efímero de mi vida.
- Bueno, vos no hagás nada.
- No, ni pretendo. El mismo día pensé en escribirle un mail para ver cómo estaba; pero al final pensé que mejor fuese él quien lo hiciera. Pero nada.
- Una experiencia.
- Una pobreza.

El alcohol en el paladar al amanecer

Me pregunto cómo hubiese sido pasar la página y que campanita hiciera trin con su varita mágica; pero no creo en los cuentos de hadas. Escucho Neighborhood. Pienso en que hubiésemos tenido una convivencia perfecta. Tus gustos, los míos, los gustos de ambos. Tu cuerpo, el mío, el cuerpo de ambos. Nunca supimos cómo encajábamos el uno en el cuerpo del otro. Una combinatoria molecular. La matemática exacta. Escucho, te pienso y Wake up interrumpe mis oídos y mi pensamiento. Me retrotraigo. Nunca pude decirte adiós, quizá porque no nos lo merecemos. Quizá sea el tiempo necesario para olvidarnos, o para volvernos a encontrar. Lo pienso, claro, porque Benjamin no está más. Porque todas las noches en que estuve con vos lo pensé. Te dije que mi corazón estaba en otra parte, y asentías con la cabeza. Jamás te hablé de él. Jugué a hacerme la enojada cuando estabas a punto de penetrarme. Mi corazón está en otra parte, te repetía; mientras deseaba que fuese él quien introdujera su pene en mí. Pero eras vos. Y sentía su mano poco tímida adentrarse en mi vagina. Nunca fuiste diestro con la mano. Siempre tu torpeza al frotarme y adentrar la mano. Benwalter. Benwalter sonaba bien, y pensabas que te llamaba. Pero lo llamaba a él, no a vos Walter. Benjamin era a quien quería a mi lado, porque fue él quien me hizo olvidarte. Benwalter una y otra vez. Benwalter durante meses. Nunca lo supiste. Y yo, siempre abierta; con una culpa prominente. Una culpa dilatada de la excitación. Culpa católica lo llamaría M. Pero Benjamin no era uno. Benjamin fueron todos. Tantos Benjamines, y vos, Walter.
Vos, solo. Tan sólo vos. Y ahora yo, tan sola. Tan sólo yo, y el extrañamiento a la distancia. La impulsividad limitada por la imposibilidad del nosotros porque no existe tal. Me decidí a olvidarte; a desarmar mi cuerpo para que no tuviese gusto a vos.
Quiero que sepas que estoy bien, que no he pensado en vos hasta este momento en que te escribo esta carta; porque ya ingerí una botella de whisky; porque escucho Cartoon music for heroes y me dan ganas de llorar sintiéndome una perdedora con un dejo de sonrisa en mis labios; porque ya pasé tres discos y sigo escribiéndote esta carta que quizá nunca recibas o quizá no merezcas; porque no quiero escuchar In transit porque me hace acordar a Benjamin, y paso el tema de largo y prefiero Blue skies porque acá el cielo no es azul. Algún día me dijiste que nos encontraríamos en París, yo te sigo esperando: debajo de la torre, los dos en bicicleta. Estoy acá, esperándote, como tantas veces, Back to 101. Algún día podremos mirarnos a los ojos y me dirás lo que otros me dijeron con el reloj atrasado. Ese día te diré llegás tarde, y campanita hará trin.

el 38

Las teorías acerca del amor me tienen sin cuidado. Mi postura firme, fría y poco creíble es que enamorarse es fácil pero amar es lo difícil; y para ello largo una discurso aburrido y poco creíble, para mí, que inicia en que, primero, para enamorarse hay que estar dispuesto a (o sea, estar abierto para), y en segundo lugar el AMOR, que es como el lugar ideal y trabajoso al cual se llega a costa de esfuerzo, sexo, sudor y lágrimas.
Luego de cuatro años de intentos fallidos y de una lista extensa de hombres en mi cama o camas ajenas, lo conocí.
Un bar, amigos, un extraño. Un cruce poco cordial de palabras. Una barra, alcohol y ruido. Una pista, música y cuerpos sudorosos. Un living, drogas, y una tercera. Un auto, sexo y una cama.
La sumatoria perfecta para contar dos meses. El tiempo exacto para enamorarse. La medida justa para decir en la frialdad, tan sólo cogemos, cuando lo cierto es que el corazón se me acelera al verlo.
Hoy cumplimos dos meses desde que nos conocimos. En tres días me voy del país. Quisiera que entendieras algún día lo que significás para mí. Quisiera algún día entender estas jugadas de la vida de colocar a un hombre del cuál enamorarme en otra ciudad, en otra tiempo. Hace cuatro años que no me enamoro, y hoy estoy dispuesta a dejarlo todo para estar a tu lado. Estoy dispuesta a olvidarlo, a él con quien compartí cuatro años, para seguir riendo con vos. Hace unas horas estuve en tu cama, hirviendo de fiebre y con unas pinturas que seleccioné para vos. Te he dejado una serie familiar, una huella dactilar, para que siempre sepas dónde encontrarme, y manuscritos. Hemos visto pelis repetidas, un programa de entrevistas y escuchado el mismo disco con el cual cada noche nos acostamos durante dos meses. Me has preparado un sandwich. Me has pedido disculpas interminablemente, que no fue tu intención histeriquear con mi amiga, que estabas ebrio, que es tu inseguridad la que te lleva a ese lado oscuro que aborrecés. Me has vuelto a hablar de tu ex, que es tu personaje de ficción favorito cada vez que sientes que lo nuestro puedo tomar algún matiz de compromiso. Saber que me voy te da tranquilidad, y me prometés ir a visitarme. Me decís las palabras que quiero escuchar y me contenés en tus brazos. Hacemos cucharita y nos entregamos al sueño. En pocas horas arribaré un avión del cual querré bajar a los llantos. Ya he gastado todas mis monedas en el teléfono público del aeropuerto hablando con vos. Lloro por vos. No me quiero ir. No me quiero alejar de vos. Regresaré a la ciudad y no entenderé nada. Él regresará, y yo regresaré con él; pero esto no lo sabrás, ni yo. Nos escribiremos mails, hablaremos por msn, me enviarás canciones, fotos, videos, hablaremos por skype. Yo decidiré ir cerrando mis historias para volver a tu lado. Él seguirá a mi lado, o yo al lado de él; pero esto no lo sabrás, ni yo. Tu promesa de volvernos a ver se mantendrá. Llegará el día en que me digas que vas a mi encuentro, y llegarás. Pasaremos dos semanas juntos. Cumplirás años a mi lado. Festejaremos con una vela en la cama. Te irás. Lloraré tu ausencia. Me escribirás todos los te quiero que necesito leer. Algún día te diré te quiero y lo tomarás como un reproche. Algún día te dejaré de hablar, y lo tomarás como una distancia. Viajarás aún más lejos y alimentarás el deseo con falsas historias y extrañamientos, hasta que un día se produzca el silencio y se haga irreparable.
Yo, sin embargo, seguiré mi movimiento que me acercará a la ciudad en la que te conocí y llegaré a ella, sin él.
Llegará el día en que te vuelva a encontrar. Nos veremos, nos abrazararemos. Me invitarás a recorrer tu espacio. Intentaré con esfuerzo reconocerte, pero me resultará difícil verte a los ojos. Un encuentro más me valdrá para saberlo todo. Ella presente, vos en el histeriqueo absoluto, y yo, custodiando el límite. Un adiós resonará en reproche y harás vagos intentos de comunicarte. Una reunión, amigos, alcohol y vos. Quiero hablar con vos. Y yo, ahora no. Ahora nunca. sucumbirás en el alcohol, y te llevaremos a casa a cuestas. No recordarás nada. Yo, trataré de olvidar.
Una noche una mujer se me acercará y me hablará de vos. Me contará de las fotos que te tomé en mi ciudad, de nuestro viaje. Me hablará de la música que compartimos, de nuestros videos favoritos, me contará de cómo cogíamos, de nuestro sexo virtual. Me mostrará las mismas fotos que me enviabas, las mismas cartas, las mismas palabras y la misma excusa de tu personaje de ficción favorito. Me dirá lo cuánto que la querías y las veces que la llamaste para decírselo mientras conmigo tenías sexo virtual. Yo, sonreiré.
Una noche me haré carne, lejos de ti y de tu sangre. Una tarde, abrirás el placard para ver el atardecer. Una mañana, en el oeste, despertaré a su lado.

La nena

El domingo es el día de Celeste. Entonces yo aprovecho la tarde y paseo por Palermo. Miro bombachas y compro dos: una celeste con libélulas, grandota tipo culotte, de tela brillante. Otra con círculos y moñitos. Pienso que podría envolver alguna y dársela para Celeste, le quedaría bien a una nena de 7 años. Pero soy demasiado egoísta y me gusta más imaginarme tu cara cuando me la veas puesta.

Lo tengo entre las piernas, y es el momento que más amo. El momento en que más lo amo. Suena su celular. “esperame nena, tengo que atender, es Celeste”. Siempre tiene que atender y yo sé que no es Celeste. Es Gabriela. Pero “Celeste” es el nombre oblicuo que viene a nombrar el vínculo que lo une con ella. Celeste, o “la nena”. Me confundo, desde hace un tiempo yo también soy “la nena”. “Nena, qué te pusiste”, “ay, nena”, “nena te quiero ver en tetas, y en bombacha”. Creo que nunca me llamó por mi nombre, pero desde el principio me gustó el apodo. Y desde el principio no me sale otra cosa que actuar en consecuencia a él. Yo nunca me atreví a decírselo, pero conmigo misma lo llamo “el Oso”. Me gusta jugar sola a que tengo un nombre para mi amante secreto.

Es lunes y estoy en bombacha otra vez, pero arriba de la camilla de Ivana. Aparece con la cera y empieza con lo suyo. Cuando llegué le pedí que no me dejara nada ahí abajo, es una sorpresa para el Oso. Con destreza llega al tema y no sé cómo me escucho contándole. “Tengo un amante secreto. Un señor”. Ivana se ríe pero no se sorprende. Y cuenta anécdotas que no esperaba enterarme: me habla de las mujeres de más de cincuenta que le piden lo mismo para un aniversario, una vez al año. Me habla de mallas blancas y de que lo que les gusta a los hombres. Describe las temporadas de invierno y de verano. Pero no dice nada de ninguna clienta que quiere ser nena otra vez y me siento única. Una nena para el Oso, una diferente.

Cuando bajo a contaduría está mostrando fotos de la nena. Las llevó en un pen drive y alrededor todos coinciden en que es hermosa. Me acerco y antes de verlas, ya lo sabía: Celeste con vestido, Celeste saltando arriba de la cama, Celeste haciendo morisquetas, Celeste con Gabriela. Me recorre un frío involuntario. Es linda Gabriela, más de lo que creía. Pero Gabriela es una señora de tapado y zapatos, y por un momento hasta siento el perfume que seguro tiene puesto. Es linda Gabriela, pienso y me miro y me fijo si tendremos algo que ver, si ella también alguna vez fumó porro o escuchó Morcheeba. Me delineo mentalmente: las zapatillas y los jeans gastados, la camperita de plush y el moño que tengo puesto en el pelo. Es linda Gabriela, pero es una madre. Él me lo dijo una vez, Gabriela es sólo la madre de la nena.


Cuando está profundamente dormido, ronca. Me despierta pero no me enoja, lo tapo con las sábanas; me permito cuidarlo porque sueña y no se da cuenta de nada. Pero cuando el Oso está despierto, dejo que él me proteja, porque me gusta que me abrace con toda su enormidad y me haga sentir diminuta. Sentir en mi abdomen plano la panza del Oso, estimulante, fabulosa, una panza de luz. Ahora, sobre las sábanas, descansa la cabeza del Oso. Su gigante desnudez contrasta contra mi cuerpo blanco y mínimo. A veces pienso que me gustaría vernos en un espejo; cuando estoy arriba de él, cuando se balancea arriba mío, cuando acaba y me mira a los ojos. A veces pienso que el Oso es como un padre para mí: me acurruca, me acaricia el pelo, me besa. Me sienta en sus rodillas y me cuenta un cuento, uno cualquiera, de cuando era joven, cuando Gabriela no existía, ni Celeste, ni yo. Cuando no había nenas, cuando tenía más pelo y menos arrugas. Cuando era la imagen viva de la inexperiencia.

Me ducho mucho tiempo, disfrutando. Me seco mal y medio mojada me pongo la bombacha nueva. Mis amigas me chatean y les contesto así como estoy, en toalla. Quieren que vaya con ellas a ver una instalación. No puedo, hoy veo al Oso. Se enojan un poco porque no entienden que es martes y si no es hoy tengo que esperar hasta que Gabriela vuelva a tener franco. No se los cuento y me sorprendo a mí misma al darme cuenta cómo el tempo de mi vida está regido por las vidas de otras personas que ni se imaginan que existo. Escucho Happy Mondays mientras me seco el pelo largo y lacio. Elijo la ropa adecuada: zapatillas, medias, un vestido de feria. Armo la mochila con dos porros y mi camisón preferido. Estoy por salir y me llega un mensaje. Lo contesto sin rencor, desarmo la mochila y prendo uno. En la muestra tomo vino gratis y me aburro. Sólo pienso en estar en la cama con el Oso.

“Nenita, hoy no puedo y mañana tampoco. Es que se enfermó la chica que la cuida y bueno, viste como es esto, ella tiene una cena y me tengo que quedar con Celeste. Tenía ganas de comer con vos, lo dejamos para después”. Escucho el mensaje y me invade una especie de rabia intensa, me tiro en la cama y lloro mucho. Muerdo el libro que estoy leyendo, le arranco el prólogo y las tapas. Rompo un lapicero chino de cerámica contra la pared que da al patio. Me lo imagino jugando con Celeste, haciéndola dormir y la odio. Un compañero de la facultad titila en naranja invitándome por quinta vez a ver una película de Jarmusch, pero no quiero, estoy encaprichada con el Oso.

Entonces el silencio me obliga a crecer vertiginoso, en un par de meses. Entro en razón y me olvido. “No importa que estemos distanciados, mi familia siempre van a ser Celeste... y Gabriela, y nadie más”, me canceló la última vez. Y fue una iluminación. Es domingo y paseo sola por Palermo, entro a un local y reviso las carteras, elijo una y decido dejar de usar la mochila por un tiempo. Suena el celular, es Pedro que me invita a cenar a un restaurant peruano o algo así. Declino porque estoy cansada y hace mucho tiempo que no tengo un domingo para mí, vacío, ocupada como estoy en mis proyectos, el trabajo y las lecturas. Me sonrío cuando me acuerdo la época en la que los domingos eran los días de Celeste. Entonces lo veo, sentado en una mesa frente a la plaza Armenia; fuma un cigarrillo y mira hacia la calle. Recorro la mesa, un cortado y un licuado, y al lado, obviamente, está la nena. Miro con un poco más de atención y ahí está el otro cortado, y la veo y la reconozco. Una hermosa postal familiar. Se ríen, parecen felices. Cruzo mirando para el otro lado tratando de llegar a la esquina. Pienso en lo rápido que una nena puede olvidarse que alguna vez lo fue. Pienso en la inocencia, en mi credulidad, pienso en la fantasía. Pienso y no siento nada.